jueves, 28 de mayo de 2020

Clases en la cola

¡Han vuelto! - Eurocopter colibrí Patrulla ASPA
        Los helicópteros forman parte del paisaje cotidiano en esta ciudad de Granada. Llevamos años oyéndolos y viéndolos por encima de nuestras cabezas. Todos sabemos que son las  prácticas de vuelo de los alumnos de la Base Aérea de Armilla o bien son los helicópteros de la Patrulla ASPA
         En esta ciudad tenemos muy pocas industrias. Vivimos del turismo y de la Universidad y también tenemos una base aérea militar donde se estrenan los futuros pilotos de la aviación española. Por eso no nos quejamos. El ruido es parte de nuestra vida y ya ni levantamos la cabeza cuando los oímos pasar una y otra vez durante su periodo de entrenamiento.
         Ahora, sin embargo, los ruidos son diferentes. Ya no hay aviones ni helicópteros en prácticas en el cielo, ahora solo se escuchan los pájaros y de vez en cuando nos llega el familiar sonido de un helicóptero aislado y una avioneta. Hay días que se oyen los dos, otras veces solo uno.
         Ayer pasó el helicóptero por encima de nuestras cabezas cuando yo estaba en la cola de la frutería donde hago mi escasa vida social de barrio en estos días. Un hombre  explicó a quien quisiera escucharle que los helicópteros 'nos están vigilando y las avionetas nos fumigan con un liquido desinfectante' y lo dijo con conocimiento de causa, a juzgar por la seguridad con la que hablaba. No esperaba aprender esas cosas en la cola de la frutería.
         En  los días más oscuros del encierro, cuando solo salía a hacer la compra una vez a la semana, oí lo que una señora muy asustada le comentó a su vecina de cola -- Yo te digo que cuando los críos vuelvan a la escuela, otra vez volverá el bicho --.  Yo estaba detrás de ella esperando mi turno para entrar y pensé que una señora en la cola del Corte Inglés probablemente hubiera dicho, -- Cuando los niños vuelvan al colegio, repuntará la pandemia --. Así que aprendí que hay muchas formas de decir lo mismo.
Le faltan tildes, le sobra mala leche
         Hoy durante nuestro paseo matinal para hacer deporte hemos caminado por los caminos cercanos de la Vega. En una tapia, alguien se quejaba del exceso de paseantes por la zona.  En esta ocasión la pared de una casa medio en ruinas ha sido mi pizarra para aprender.  Me ha costado un rato, pero al final lo entendí. ¿Y vosotros?

         Me gusta escuchar a la gente en la cola o antes en el metro porque siempre aprendo algo interesante. Hoy he cambiado de aula.

sábado, 16 de mayo de 2020

Ya estoy harta y no soy la única

¿Cuándo volveré a viajar en metro?
    Esta mañana durante nuestro paseo diario, me fijé en las tres señoras mayores que caminaban delante de nosotros por la acera, cada una tenía un manera especial de arrastrar los pies, las zapatillas y su ánimo. Iban juntas pero hacían como si no se conocieran, no hablaban entre ellas y mantenían la distancia social requerida. Yo las observaba porque nosotros tampoco teníamos ninguna prisa y no pensamos ni por un momento en adelantarlas. Hacia una buena mañana para tomar el aire de la calle y, aunque casi era la hora de volver a casa, yo le sugerí a Pedro hacer algo de compra antes de encerrarnos de nuevo; cualquier excusa es buena para no volver al encierro. 
    Pero se ve que no somos ni muchos menos los únicos hartos del confinamiento. Justo en el momento en que llegamos a la rotonda donde se cruza la calle por donde íbamos con la carretera de Granada, el metro pasó lentamente delante de nosotros. Entonces, la señora que iba delante de las tres, ya no pudo aguantar más y se volvió a sus amigas - Cuando esto pase, vamos a pillar el metro y nos vamos a ir a comer churros a Graná. 
O me voy a ver a los patos
 
Me comeré unos churros

No sé qué les pareció la sugerencia a las otras dos señoras porque en ese momento las tres amigas volvieron sobre sus pasos sin decir ni una palabra y emprendieron el camino de vuelta sin delatar su amistad. 
Me voy con ustedes
   Nosotros nos dirigimos al supermercado, pero cuando me volví hacia ellas y las vi alejarse pensé que me hubiera gustado decirles,  - Señora, cuente conmigo. Yo también quiero pillar el metro para ir a Graná a comer churros, a ver el río y los patos, a pasear por la calle Recogidas, a sentarme en un banco de la plaza Bib-Rambla, a sacar perros al sol, o a lo que haga falta.

domingo, 10 de mayo de 2020

Sus frases

Léeselo, Tere, por favor

        Ahora que mi madre solo recuerda con claridad las cosas que pasaron hace muchos años y que normalmente solo habla de cosas del pasado, me contó un día que hace muchos años en la casa del pueblo encontraron a un hombre ahorcado de una viga en el granero - el almacén bajo el tejado donde se guardaban los trastos, las sillas que sacaban en los velatorios y el grano.  Fue Juanillo el que se topó con el muerto y bajó las escaleras corriendo como un loco hasta que llegó al zaguán. Allí le paró mi abuela - ¿Qué te pasa? ¿Por qué vas así? - No le salía la voz del cuerpo, solo pudo decir, - Lo que sea, en la cámara está.

        Y esa fue la frase que se quedó en la familia cuando alguien no quería o no podía explicar qué le pasaba. - Lo que sea, en la cámara está.

        Esa era una de sus muletillas, pero mi madre tenía muchas otras frases que nos repetía una y otra vez para educarnos mientras crecíamos.
Lo que sea, en la cámara está.
        Una de sus favoritas si estaba muy cabreada o si habíamos hecho alguna trastada de las gordas era - Como vaya para allá, te voy a meter un brazo por una manga.  De pequeños eso nos asustaba mucho y nos quedábamos muy quietos, confiados en que no viniera para acá murmurando, - Yo no he sido, ha sido Nico.

        Cuando nos veía vagar por la casa sin hacer nada, ir de silla en silla o de butaca en butaca buscando el rincón más fresco durante la hora de la siesta en verano diciendo - ¿Qué hago? ¡Tengo calor, me aburro! Ella siempre replicaba,  - No se dice me aburro (MEA BURRO). Se dice, ¡orina caballo!  

La hora de la siesta
    Porque eso si que era un encierro, el que aguantábamos nosotros durante las largas vacaciones de verano de la adolescencia en aquel piso, el último del bloque donde vivíamos, sin aire acondicionado y sin ventiladores, con un calor de justicia y un aburrimiento infinito. Yo creo que hasta las paredes sudaban y nosotros - llenos de hormonas - aun más.  
...mata moscas con el rabo
    Si te veía pajarear sin rumbo por la casa o te oía pelearte con tu hermano o hermana porque le habías quitado su tebeo, o se te caían las cosas de las manos de pura indolencia y su jarrón favorito acababa hecho pedazos, ya sabías la frase: - Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo.

        No soportaba la pereza, ni la vagancia. De ninguna manera aceptaba que nos quedáramos hasta las diez en la cama. A las nueve de la mañana todo el mundo debía estar levantado, vestido y desayunando. Levantarse tarde estaba tan prohibido como tirarse en el sofá con los pies por alto a ver la televisión

        Cuando no podíamos salir a la calle - hablando de encierro - porque hacía muchísimo calor o no teníamos con quien pasear ya que todos nuestros amigos estaban de vacaciones, ella siempre nos encontraba algo que hacer.
Su caja de costura

        Aunque los chicos, los varones, podían jugar al balón en el pasillo, coleccionar chapas de botellas, cromos de futbolistas o tocarse las narices, con las niñas era diferente: ¿Por qué no empiezas una mantelería, un jersey de perlé o te haces una falda, o un camisón?  
    Si no querías coser, había otras posibles ocupaciones: Algo que planchar, lavar, ordenar, cocinar, leer. Si, leer está bien, a ver qué lees, por supuesto.

        Definitivamente, delante de mi madre no podías estar mano sobre mano.

        Y si al final decidíamos hacer una labor entre varias, también miraba a ver cómo distribuíamos el trabajo: - ¡Tres con una hoz, mientras uno trabaja, descansan dos!
        Además, no aceptaba que hiciéramos una chapuza con nuestras 'labores'. Su frase era: - Todo lo que merece ser hecho, merece ser bien hecho. Esta era la favorita de las favoritas porque era una cita literal de la Madre Santo Domingo, su ilustre mentora del Colegio de Monas de las Esclavas al que asistió de pequeña.
    
Consiguió que empezara esta mantelería. La terminé 10 años mas tarde
A ella le habría gustado que cosiéramos cosas prácticas y bien hechas, no las muestrecitas que las profesoras de Hogar, aquellas que la Sección Femenina colocó en los colegios de niñas para que nos controlaran la mente, nos hacían coser un año tras otro. Mi madre opinaba que esas pequeñas muestras con bodoques, fruncidos, zurcidos, ojales, presillas,  punto canario, bordado mallorquín, punto de cruz, vainicas dobles y cosas por el estilo, no servían para nada. Pero nuestras profesoras no opinaban igual. Así que yo coleccioné varios álbumes de muestras de costura tan inútiles como las clases de política que nos daban esas mismas profesoras.

Mis labores
Álbum de punto
 
   A veces mi madre tenía la santa paciencia de comprarnos ropa en las Rebajas sobre todo en la tienda de su prima Sole que nos hacía buen precio. Yo recuerdo avergonzada cuando pedía "ropa de la talla de 'pollita' para estas chicas", - nosotras- , y también  cómo rechazó un precioso vestido camisero de flores que la tía Sole le enseñaba tentadora: - Cómpratelo, Paz. Ya verás lo bien que te queda.  - No, no es para mí, le dijo. -  Es demasiado jacarandoso.  Y no hubo compra.
        Cuando a finales de junio, para San Juan, el calor ya empezaba a apretar de verdad, ella, mi madre, echaba mano de su sabiduría popular para explicar lo que le estaba pasando a la pequeña de la familia, que era aún un bebé: - Cuida a tu hermana, que tiene un poco de diarrea. Ya sabes, - Cuando empiezan las mulas a trillar, empiezan los niños a cagar y para San Juan, tilín tilán.   Mala cosa, lo del tilin, tilan. ¡A darle manzanilla a la pequeña!
        Y así,  un día tras otro, en esos largos meses de verano, el tiempo que iba desde que había terminado el curso hasta que llegaba la hora de irse de vacaciones a la casa que mi padre alquilaba en la Ciudad Jardín de Almería o en la Sierra de Cázulas.
        Allí no había tiempo para aburrirse. ¡Por fin había acabado el encierro!

        ¡¡Pero este encierro parece que no acabará nunca!!

martes, 5 de mayo de 2020

NO saldremos mejores


Perdón por insistir
Perdón por la tristeza, como decía Sabina
No saldremos mejores. Saldremos más viejos y más gordos. Y también saldremos mas tristes y mas desesperanzados y saldremos muy cansados de aguantar al peñazo del vecino, que ya sabíamos que era incívico y mal educado antes del encierro, pero ahora lo ha demostrado cada día y cada hora del día. Ha salido la calle cuando le ha parecido bien. Ha recibido visitas de la familia en los momentos mas estrictos del confinamiento. No respeta los horarios establecidos ahora que podemos ir saliendo poco a poco y por edades. El y ella, claro  - los dos de la pareja son iguales, igual que los padres de uno y de otra - decidieron al principio que no había problema ni riesgo en que los abuelos vinieran cada día, dos veces al día a visitar a los nietos y a voces desde la verja del jardín saludaran a los niños que respondían a gritos felices, y todavía no culpables, de alegrarse de ver a sus abuelas y abuelos. Yo que ellos me habría sentido como los monos en el zoo. A los abuelos les faltaba tirarle los caramelos entre las rejas de la verja como si de una jaula se tratase.
Tengo un enorme coronavirus en el patio!
¡Maldito coronavirus! - ¡Está en todos sitios!
No saldremos mejores. Saldremos más pobres. A unos amigos informáticos, Jose y Rafa, le han hecho un ERTE.  Mis sobrinos, que trabajan en temas de turismo, han perdido sus trabajos, lo mismo que el marido de la señora que viene a hacer la limpieza, a ayudarme con la limpieza, que decía mi amigo el progre.  
 Mi amiga Rocío, donde voy por cuestiones estéticas, acababa de abrir su nuevo 'salón de belleza' unos meses antes del confinamiento. Era un bajo que su padre le había dejado y ella, con mucho primor y todos su ahorros y quizás un préstamo del banco, había convertido en un coqueto salón de estética donde hacer las uñas, la cera, masajes, la pedicura. Todo. La última vez que fui tenía tres chicas contratadas y ella de supervisora y de maestra en el arte de poner las uñas tan largas y arregladas como las de Rosalía. Ahora, qué pasará con ella y con sus trabajadoras. 
Qué pasara con Celia, la peluquera del barrio. También ha cerrado porque no puede costearse las nuevas medidas de protección. 
Qué pasará con nuestro bar favorito. Si en el pequeño lugar donde el Ayuntamiento le dio permiso para poner su terraza Antonio tiene que poner cuatro mesas en lugar de las ocho habituales, no podrá contratar a Paco, el camarero simpático que nos daba conversación incluida con las tapas y con la cerveza.
No saldremos mejores. Saldremos tan poco solidarios y generosos como siempre hemos sido. Porque estamos agotados, deprimidos y cabreados y porque nuestros políticos no nos han dado ejemplo de ser conciliadores y buenos gestores. No entendemos por qué pelean desaforadamente en un momento como este donde todos deberíamos trabajar juntos. Cada opinión cuenta, dicen. Pero hay veces que hay que tragarse la opinión propia en beneficio de todos. Eso pensaba yo antes de la crisis.
Antes de la crisis también pensaba que en esta primavera veríamos a los nietos jugar en el patio de casa, que viajaríamos con ellos a una casa rural en Cazorla, que los llevaríamos a ver la nieve en Sierra Nevada o al Cabo de Gata a ver la puesta de sol o al mercadillo ecológico del Salón o al huerto de Manoli y Emilio a recoger los tomatitos cherry. Ahora no los veremos en casa, y tampoco sé cuando los veremos en su nueva casa en Francia.
 Así que además saldremos más tristes.