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Peces con ojos verdes
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Soy de una generación intermedia, ni tan
tradicional como mis padres, ni tan moderna como nuestras hijas y, aunque
éramos progres e izquierdosos, estuvo muy claro desde el principio que nuestras
parejas masculinas no iban a colaborar en la casa al 50% como ahora sí hacen.
Por eso las mujeres de mi edad que trabajábamos fuera de casa, igual que ellos,
acudimos al remedio que nuestras madres habían usado toda la vida de dios -
ellas porque tenían una buena prole, no por trabajar fuera de casa - que era
buscar señoras apañadas que nos limpiarán la casa mientras nosotras dábamos
clase, trabajábamos en el hospital, íbamos a la oficina, corríamos de un sitio a otro. Parte de nuestro sueldo se empleaba en pagarles
el sueldo a ellas, pero, como decía mi madre, era el mejor uso posible del
dinero y yo siempre lo pagué con gusto.
Mis hermanas, primas, amigas y compañeras de
trabajo de esa época les debemos un monumento a esas señoras que echaban unas
horas en nuestras casas unos días a la semana y nos quitaban los problemas
domésticos de encima; los problemas
domésticos por partida doble: limpiaban la casa, cuidaban a los niños,
planchaban, a veces cocinaban y nos evitaban auténticas discusiones estresantes
e inútiles con nuestros - inútiles para tareas domésticas- maridos. Estaba muy
claro que ellos no iban a hacer esas cosas y nosotras no estábamos dispuestas a
cargar con más peso del que ya llevábamos.
Así que cuando Gracia, la señora que nos 'ayudaba
en casa' - como decía mi amigo progre José Alberto - cuando vivíamos en el Camino de Ronda, vino a
casa con un precioso regalo bajo el brazo por mi cumpleaños tuve que ponerlo en
el mejor sitio de la estantería del salón. Yo elegí un buen sitio para los peces con ojos verdes, igual que puse el arlequín
cosido a un cojín de raso rosa en forma de corazón en lo alto de la cama porque
ella también me lo había regalado. Siempre puse en mi casa para
decorar otros pongos, otros regalos de mis señoras de la limpieza. En realidad yo les hubiera besado los pies,
les hubiera puesto alfombra roja, les hubiera dado la mitad de mi sueldo, pero
me conformaba con poner sus regalos a la vista de todos y cuidarlas lo mejor
posible.
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Para los algodones - ahora con pétalos de buganvilla
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Cuando nos vinimos a vivir a esta casa, Gracia
ya no pudo seguir con nosotros porque su casa estaba muy lejos y yo aproveché
la mudanza para guardar los peces, el arlequín, la bola de cristal azul con
algodón de colores para desmaquillarse, el calzador de nácar, el marco de taracea, el angelito azul
y la bailarina de Lladró. Tenía muchos regalos suyos ahora que lo pienso, claro que yo
también la cuidé a ella y cuidé a sus hijas y les procuré todos los libros de
texto que necesitaron durante todos sus estudios. Nos hacíamos regalos
mutuamente y estábamos contentas la una con la otra; nos tratábamos bien en una
palabra y yo pienso que nos guardamos cierto afecto.
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Ángel dulce
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Creo que fue por ese afecto por lo que guardé
todos esos pongos en una caja del sótano y no se los regalé a nadie.
Perdón, ahora que
hablo de los peces de los ojos verdes se que eran tres y yo solamente me
he encontrado dos. Recuerdo que le regalé uno a mi pequeña sobrina Blanca cuando vino a ver
la casa nueva y yo estaba guardando los pongos en las cajas. Los vio y le
encantaron.
–
Blanca, ¿quieres uno para ti? --le pregunte.
Ella
abrió los ojos tanto como los de los peces y dijo, – Si, ¿me vas a dar uno de verdad?
–Elige
el que más te guste. Llévate el grande, bueno, haz lo que quieras --- le respondí. Se llevó el mediano tan
contenta.
Cuando
vino su madre a recogerla, Blanca se lo enseñó toda ilusionada.
–Mira lo que me ha regalado Pili. ¿A que es precioso,
mamá?
Su madre me miró también con ojos grandes pero no verdes, sino asesinos y se dirigió a su hija, –¡Devuelve eso ahora mismo! Blanca la miró asustada.
Sus palabras para mi fueron menos agradables
incluso, -- ¿Cómo se te ocurre regalarle esa cosa tan horrible a mi hija?
–No
pienso aceptar una devolución –dije– es de ella y yo se lo he regalado con todo
mi cariño, así que tú haces con él lo
que te dé la gana pero aquí no vuelve. Y se lo llevó. No se qué pasó con el pobre pez.
Ahora que he revisado mis cajas del sótano
en busca de algún tesoro oculto que pueda llevar a la Casa Roja, me he
encontrado los peces, los he lavado y los he puesto en el patio para decorar. No se los voy a llevar a mi hermana, claro, pero he recordado a Gracia, a Blanca y el
berrinche que ella pilló y así los peces me alegran estas calurosas tardes de este eterno
verano.