domingo, 27 de febrero de 2022

El verano que todo empezó

Ya casi no hay carretera, solo baches

En la carretera del pantano había y aún hay unos enormes baches que normalmente sorteaba sin ningún problema con mi bici, pero aquella mañana de los primeros días de junio iba pensando en las musarañas y no agarré fuerte el manillar. Entré rápida en el cráter en que se había convertido aquel bache de la cuesta abajo y no salí; caí sobre mi lado izquierdo, aterricé  en el poco asfalto que aun quedaba en el camino y oí que algo me había crujido. Pensé que era la cámara de fotos que siempre llevaba en la mochila e intenté levantarme y sacudirme el polvo, pero era imposible. Un elefante se había sentado sobre mi cuerpo, no podía moverme del suelo y mi hombro había desparecido. Mi húmero izquierdo se había roto en dos trozos, pero eso no lo supe hasta que la doctora de urgencias me enderezó el brazo, después de inyectarme una dosis de morfina, y me lo fijó en una escayola que me cubría todo el pecho. Aquello tenía muy mal aspecto, parecía serio.

Todos en la Alpujarra, yo con el brazo en cabestrillo

 Y así fue:  estuve seis meses de baja, tres con el brazo en cabestrillo amarrado dentro de una horrible férula de plástico que me irritaba la piel constantemente y tres de rehabilitación. Fue un terrible verano sin baños en la piscina o en el mar. 

Un verano de patio, y de lecturas en el que empecé este blog y empecé también a compartir mis fotos en el flickr. Un verano en el que aprendí a hacer las cosas con una sola mano y en el que la amable gente venia a hacerme compañía en esas largas y calurosas tardes. Una de mi mas asiduas compañeras de encierro y de meriendas fue mi madre.

Por eso escribí este texto en octubre de 2005 para el libro que preparamos entre toda la familia con motivo de su 80 cumpleaños en noviembre de ese año. Finalmente no lo incluí porque me pareció demasiado personal y lo he guardado hasta esta tarde gris de este triste domingo de febrero para compartirlo con vosotros.

"Mamá, tu hija Tere, que es la más dispuesta y organizadora de todos nosotros, nos ha dicho que tenemos que colaborar todos con el libro homenaje por tu 80 cumpleaños. Y yo, la verdad es que no se qué escribir, y no porque no tenga tema, te conozco desde hace 52 años y te he tratado mucho, así que algo se me tiene que ocurrir. Pero, ahora que me pongo a la tarea no se por donde empezar. 

Esto de escribirte un libro me recuerda a uno que ha estado rodando por nuestra casa familiar desde que yo recuerdo o desde que al menos aprendí a leer, y como leía mucho y no había tantas cosas como hay hoy, como tu dices, releía los libros hasta aprendérmelos de memoria. Los de mi  primera comunión aun los recuerdo: el del elefantito Babar, el de Matilde, Perico y Periquín, el de la japonesita que tenía unos preciosos quimonos y que se le abría la cabeza y las patitas.

El Santo de Papá

  Pero este en particular ya era un libro para lectores mas mayores y yo debía de tener unos nueve o diez años. Se llamaba, El Santo de Papa, y ahora que no nos oye nadie te confesare que te lo robé de la estantería del cuarto de Isa hace unos meses. ¡Qué casualidad que ahora venga al caso! Porque yo entonces, me refiero a cuando lo leía de chica, no a mi robo de este verano, escribí una redacción sobre mi familia para el colegio que fue un autentico escándalo. Tome como modelo el dichoso libro, que contaba la vida de una familia grande como la nuestra, y conté lo que nosotros hacíamos en casa, tantos hijos, tanta gente siempre, cómo comíamos, jugábamos, reíamos, nos peleábamos y vivíamos y al final sacaba la conclusión de que yo quería más a mi papá que a mi mamá. 

Las teresianas se rieron escandalizadas por mi herejía: los niños siempre deben preferir a sus madres y me hicieron sentir que algo no estaba bien, a pesar de que la profesora me puso un diez por escribir tanto, sin faltas de ortografía y con una buena presentación.

Ahora no se si fueron ellas las que te lo dijeron, porque eran capaces de eso y mucho mas, las pérfidas teresianas de mi mal recuerdo, o fui yo que era una ingenua de tamaño natural la que se dejó el cuaderno de los deberes encima de la mesa del cuarto de la tele. El caso es que te enteraste y te dolió. O a lo mejor no te dolió y lo viste normal. No lo sé. Yo se que llevo eso dentro desde hace mucho tiempo; yo también llegue a pensar que a mi no me querías como a los demás porque habías leído mi libreta de redacciones y claro por eso me regañabas y no me hacías cariños y me ignorabas. Dios mío que difícil debe de ser repartirse para tanta gente, como tú has tenido que hacer.  No hay ningún reproche, ni mucho menos. Se que yo misma me lo inventé y yo misma me lo borré de la cabeza. 

Ella con Lucía y otros en el patio
 Ahora ya somos viejas las dos y después de este duro verano que me ha tocado pasar, en el que tú me has acompañado y cuidado tanto, ahora,  me vuelvo a mis hermanos y les digo: chincha, rabia que yo la he tenido para mi este verano y vosotros no. Y me quedo más pancha que ancha.

Besos, mamá

20 Octubre de 2005