domingo, 31 de julio de 2022

Fuego en el monte

El pino de Elvi
Yo no lo planté, este pino lo trajo Elvi de unas Jornadas de Bienvenida a los Nuevos Estudiantes que la Universidad de Granada organizó en los paseíllos junto a la Facultad de Ciencias con puestos de información y entrega de recuerdos y regalos a los novatos el año que ella empezó sus estudios.

Elvi vino a casa ese día con un vaso de plástico en el que asomaba un pequeñísimo penacho verde de pino y desde entonces lo cuidamos en casa como uno más de la familia.

Era tan pequeño como un cachorro

Según iba creciendo yo lo trasplantaba a una maceta más grande, hasta que creció tanto que ya no teníamos sitio para él en nuestro pequeño jardín. 

Entonces se lo dimos a Benito, el jardinero municipal, para que lo plantara en uno de los alcorques de la calle Mirasierra, muy cerca de casa. Allí tendría más espacio y más posibilidades de crecer bien.

Los jardineros lo cuidaron siempre e incluso un año lo podaron como si fuera un árbol del jardín. Nosotros lo veíamos crecer y yo le hacía fotos de vez en cuando. 

Elvi con su pino- hace años

Me gustaba compararlo con los dos olmos entre los que Benito lo plantó. Hacían un buen trío y crecían a un buen ritmo.

 Los olmos eran mucho mas altos que nuestro pino porque los olmos crecen rápido, pero también enferman rápido. La enfermedad del olmo ha atacado a todos los de nuestro barrio y aunque los expertos llevan unas semanas este verano poniéndoles inyecciones y  fumigándolos, creo que pocos van a sobrevivir. 

Es triste verlos tan secos y con todas sus hojas transparentes. Las aceras están llenas de virutas marrones y un liquido extraño mancha las losas de la calle.

Hojas secas ya en verano

 Me da pena ver los olmos tan feos y secos, pero también me  consuela ver que nuestro pino se mantiene sano y que ahora está más alto que ellos. 

Yo se lo que ha tardado en crecer este pino. Exactamente ha tardado casi treinta años en alcanzar la altura que se puede ver en la foto de la izquierda.

El pino ahora
 Y ahora cuando en las noticias nos enseñan los incendios devorando los bosques de pinos, encinas, olivos, campos de cultivo, casas y pueblos, me entran ganas de salir con la manguera a apagar el fuego. Esos bosques destruidos tardaran años en volver a estar como antes.

Hace unos días el humo de un incendio en Sierra Elvira llegó cerca de casa. Yo sentía el calor y el olor y las cenizas cayeron sobre las losas del patio. Por un momento pensé que el fuego podría llegar a nuestra calle y recordé las vidas destrozadas de la gente que pierde sus tierras y casas en un fuego. 

Entonces pensé, ¿qué sacaría de mi casa si me desalojaran por un incendio cercano? Sería terrible.

El humo llegó a nuestra calle

Estamos sufriendo un verano muy caluroso y muy difícil de soportar y, sobre todo, muy triste.

domingo, 17 de julio de 2022

La bolsa de plástico

Mi sobrina Elena decía que su novio tenia menos detalles que un PANDA, y era una queja razonable porque el muchacho era bastante soso y lacio - menos mal que aquel noviazgo duró poco. Lo que sucede es que a mi me gustaba mucho mi PANDA, aunque tuviera pocos, poquísimos detalles y no me hacia gracia que lo compararan con novios mal elegidos.

  Mi pequeño PANDA 35, mi primer coche, el que elegí por su simplicidad y por su precio, sí que tenía rueda de repuesto, cenicero y te lo daban con un destornillador que aun conservo, pero no tenía guantera, ni suspensión en el asiento trasero - era un simple cojín apoyado en la chapa del coche- , ni aire acondicionando, ni elevalunas eléctricos, ni radio, ni ninguno de los miles de detalles que ahora tienen los coches. 

Mi Panda y mi bici

Pero a mi me sirvió para ir clase al Instituto de Atarfe cuando aprobé las oposiciones y me servía para llevar a mi padres de paseo al campo a coger flores, a ver a mis hermanos que se habían empeñado en hacerse adosados en las afueras, o a tomar un café en algún merendero de la carretera de la costa o del pantano. 

Unos años mas tarde solo llevaba a mi madre, que era valiente de venir sola conmigo, ignorante de todo lo que yo desconocía sobre conducir o sobre la mecánica de un automóvil que yo no cuidaba mucho, la verdad.

. De vez en cuando lo llevaba a lavar la gasolinera, solo porque mi padre me había repetido durante años lo de que - No era digno de una señorita tener un coche tan sucio. Aquello me picaba el amor propio y para el siguiente paseo lo llevaba reluciente como una bombilla, pequeña, claro.

Puesta de sol en el Puerto de la Mora
 La tarde que se encendió el piloto rojo cuando volvíamos de un paseo al Puerto de La Mora, yo simplemente esperé que se apagara y no le di mas importancia. Mi madre comentó que olía a quemado, pero mi sensibilidad olfativa es muy baja y la luz solo se encendía a ratos. Así que seguí conduciendo por la antigua carretera de Murcia camino de Huetor Santillán. No existía la A-92 entonces, solo cuestas y curvas para llegar a la Alfaguara. 

Cuando el humo empezó a salir por el capó, ya si me preocupé. Tenia una nube de vapor delante de mis ojos que me impedía ver y tuve que aparcar el coche a un lado de la carretera.  Con cuidado, porque esa lección si me la había estudiado, abrí el capó y allí estaba el tapón del radiador caído sobre una pieza del motor y el radiador prácticamente vacío.

No me sentía capaz de solucionar el problema y no existían los teléfonos móviles. Intenté parar uno de los pocos coches que circulaban por la carretera; nadie me hizo caso.  Me acerqué a un pequeño cortijo abandonado. Busqué una fuente, un grifo. No había nadie ni nada, pero encontré un pequeño arroyo con agua limpia. 

Una bolsa de tela ahora es un tote
 El problema era cómo llevar el agua hasta el radiador. Mi madre sugirió que usara mis zapatos  y ella me ofreció su bolso de piel negro que vació en el asiento del copiloto. Allí estaba la solución: una de las bolsas de plástico plegadas que siempre llevaba consigo. Era una pionera de los totes y de las bolsas recicladas para hacer la compra. --¡Esto servirá!- dijo

Y con mi bolsa llena de agua en varios viajes pude rellenar el radiador. Esperamos que se enfriara el coche y cuando la tarde ya estaba también enfriándose y oscureciendo volvimos para casa. 

Una simple bolsa del bikini

 Fue una buena aventura y ella fue la heroína. Hoy, que he tenido que usar mi ingenio y la bolsa de plástico de mi bikini para llevar agua al rincón de la terraza donde quería limpiar la tumbona porque no tenía un cubo cerca, hoy me acordé de esta historia y os la traigo.

lunes, 4 de julio de 2022

Querida Elisa

Mujer recostada

 La casa de Elisa, su piso de querida, fue nuestro refugio el invierno mas frio que yo recuerdo en Granada. Como eran los inviernos de antes, cuando las fuentes se helaban y rompíamos el hielo de los charcos por las mañanas camino de clase. Eran fríos lo días porque no queríamos volver a casa y apurábamos en la calle hasta el ultimo minuto aunque no teníamos a donde ir, ni dinero para refugiarnos en los bares y eso que sabíamos cómo alargar el café horas y horas mientras los camareros del Suizo nos lanzaban miradas asesinas.

Teresa, la novia de Enrique, la pescadera - su padre tenía una pescadería-, fue quien nos abrió su casa. Eran vecinas de bloque, de un bloque pequeño en una calle antigua de Granada camino del realejo, un bloque sin ascensor, ni modernidades, ni lujos. Ella vivía en el piso de abajo y se conocían de la escalera y del patio de luces.

Pequeño, como una caja china
 Elisa sabia más que ninguno de nosotros, estudiantes de primero de Facultad con ínfulas de intelectuales progres de la época. Su sabiduría no venía de los libros, creo que no vi ninguno en aquel piso, ni siquiera recuerdo que leyera alguna revista. Ella había aprendido en la vida y a mi me daba lecciones de realidad; yo, que tenía la cabeza en las nubes y era boba de libro.

Dioses chinos del hogar

Tardé demasiado tiempo en entender qué pasaba entre esos muros decorados con papeles pintados de color burdeos con moqueta  y cortinajes rojos y  con muebles lacados de falso estilo chino.  Aquel pequeño piso era una cajita de bombones.

El mueble bar relucía como una joya con sus espejos y su luz interior.  Elisa nos ofrecía una copa de la colección de bebidas que guardaba para él. En nuestras visitas aquel invierno acabamos con el brandy, la ginebra y el cointreau. Aun recuerdo el sabor del licor de naranja. Nunca mas lo volví a probar. Creo que nos bebimos poco a poco toda su bodega.

Pero ella no se preocupaba, ni la reponía  porque él ya no iba con tanta frecuencia. Pasaba por allí muy de cuando en cuando para verla o quizá para a llevar un pequeño regalo a sus dos hijos. El menor era un bebé de meses al que cuidaba la madre de Elisa. Ella no sabia hacer nada. Se sentaba en esos butacones de falso chéster, se tomaba una copa con nosotros y hablaba de poesía con mis amigos poetas. Yo los escuchaba con la boca abierta.

Era una querida, y de eso no hace tanto tiempo. 

Yo era una ignorante progre que no sabia que una mujer podía aceptar esa vida como casi lo mas natural del mundo.

--Pero ¿como aguantas que no se haya separado, que ni siquiera se le haya pasado por la cabeza?

--El es importante, conocido en Granada. No puede hacer eso. No pude dejar a su mujer  y sus hijos porque perdería su posición social.

Era todo tan típico, tan tópico.  A mi me recordaba las historias de geishas y de las amantes en las novelas del siglo XIX.  Pero estábamos a finales del  siglo XX y el mundo parecía no haber cambiado. 

Es curioso, pero unos años mas tarde conocí a otra 'querida'. Otro resto del pasado, otra mujer mantenida, con piso y niño pequeño, que vivía en el Camino de Ronda y por las mañanas, cuando su hijo estaba en el colegio, iba al a gimnasio donde yo la conocí.  Era más moderna en apariencia, pero era la misma vieja historia.