sábado, 26 de agosto de 2023

Mis galletas

Mi primerísimo bizcocho

La gente que viene a comer a casa, mis invitados, siempre celebran mucho mis platos y sobre todo mis guisos de verdura o pescado al horno.  A mi me encanta que mis comidas les encanten porque me gusta cocinar, aunque no mucho y no para todos los días, pero lo que de  verdad se me da fatal es la repostería; de eso no sé absolutamente nada.

Hace muchísimo tiempo hice un bizcocho, pero no salio muy guapo y dejé el tema.

 Lo volví a intentar durante la pandemia pero tuve unos resultados cochambrosos: mi bizcocho de chocolate parecía una zapatilla vieja o un trozo de ternera sanguinolenta al vaciarlo del molde. 

¿A qué se parece?

De hecho cuando lo metí en el horno subió tanto que la masa se salió del recipiente y casi todo el relleno se derramó en la bandeja. El bizcocho estaba bueno cuando se enfrió pero era impresentable. Menos mal que no tenía público aquellos días - Pedro no prueba los dulces y nadie podía visitarnos en esos largos encierros. 

En vista del resultado, me dediqué a hornear pan y decidí que los platos dulces no eran lo mío y no volví a intentarlo.

Pero esta primavera decidí hacer galletas porque me encontré un paquete de copos avena para el desayuno que estaba a punto de caducar y recordé que Elvi hacía unas galletas de avena muy ricas y muy fáciles.

La receta de Elvi

Como yo tenía la receta, lo intenté y como no seguí las instrucciones al pie de la letra,  las galletas no me salieron bien.

En realidad más que galletas aquello parecía una torta, la masa se extendió por toda la bandeja del horno. Menos mal que cuando se enfrió pude partirla en trozos pequeños y guardarlos en la caja de las galletas. El caso es que esos trocitos de torta de galleta tenían buen sabor y buena textura. Yo me las comí con el desayuno poco a poco y cuando acabé con ellas decidí intentarlo de nuevo.

Un pan como una torta

La separé bien

Esta vez sí seguí las instrucciones al pie de la letra y puse pequeños montoncitos de masa sobre el papel de horno muy separados para evitar la torta de la primera vez. 

Tuve que preparar dos bandejas de horno porque hice mucha masa pero me salieron muy bien muy ricas; tan ricas que todos los que han pasado por casa este verano - y han sido bastantes- se han comido las galletitas poco a poco sin decir ni media palabra. 

Al final me preguntaban si tenía más, pero se las habían zampado todas y eso que estaban duras, sobre todo las últimas que quedaron en la caja y que yo no les había echado ni nueces ni almendras ni nada.

¡¡Y lo conseguí!!

Pero  lo mio no es hacer galletas, ni otros dulces. Lo de la repostería, con las cantidades y tiempos tan medidos y tan exactos, me parece demasiado preciso para mi que me gusta darle mi versión particular a las recetas.

He pensado que si hago galletas las voy a hacer de otra manera, de las que no se comen, de las que solamente sirven para decorar.

Os las voy a enseñar,  aquí las tenéis.

¿Queréis una?
No están ricas, no sirven para la merienda pero ¡a mi me gustan!
 

Este es mi taller de cerámica.  También hago platos y otras cosas






domingo, 20 de agosto de 2023

Peces con ojos verdes

Peces con ojos verdes

Soy de una generación intermedia, ni tan tradicional como mis padres, ni tan moderna como nuestras hijas y, aunque éramos progres e izquierdosos, estuvo muy claro desde el principio que nuestras parejas masculinas no iban a colaborar en la casa al 50% como ahora sí hacen. 

Por eso las mujeres de mi edad que trabajábamos fuera de casa, igual que ellos, acudimos al remedio que nuestras madres habían usado toda la vida de dios - ellas porque tenían una buena prole, no por trabajar fuera de casa - que era buscar señoras apañadas que nos limpiarán la casa mientras nosotras dábamos clase, trabajábamos en el hospital, íbamos a la oficina, corríamos de un sitio a otro.  Parte de nuestro sueldo se empleaba en pagarles el sueldo a ellas, pero, como decía mi madre, era el mejor uso posible del dinero y yo siempre lo pagué con gusto.

Mis hermanas, primas, amigas y compañeras de trabajo de esa época les debemos un monumento a esas señoras que echaban unas horas en nuestras casas unos días a la semana y nos quitaban los problemas domésticos de encima;  los problemas domésticos por partida doble: limpiaban la casa, cuidaban a los niños, planchaban, a veces cocinaban y nos evitaban auténticas discusiones estresantes e inútiles con nuestros - inútiles para tareas domésticas- maridos. Estaba muy claro que ellos no iban a hacer esas cosas y nosotras no estábamos dispuestas a cargar con más peso del que ya llevábamos.

Así que cuando Gracia, la señora que nos 'ayudaba en casa' - como decía mi amigo progre José Alberto -  cuando vivíamos en el Camino de Ronda, vino a casa con un precioso regalo bajo el brazo por mi cumpleaños tuve que ponerlo en el mejor sitio de la estantería del salón. Yo elegí un buen sitio para los peces con ojos verdes, igual que puse el arlequín cosido a un cojín de raso rosa en forma de corazón en lo alto de la cama porque ella también me lo había regalado. Siempre puse en mi casa para decorar otros pongos, otros regalos de mis señoras de la limpieza.  En realidad yo les hubiera besado los pies, les hubiera puesto alfombra roja, les hubiera dado la mitad de mi sueldo, pero me conformaba con poner sus regalos a la vista de todos y cuidarlas lo mejor posible.

Para los algodones - ahora con pétalos de buganvilla

Cuando nos vinimos a vivir a esta casa, Gracia ya no pudo seguir con nosotros porque su casa estaba muy lejos y yo aproveché la mudanza para guardar los peces, el arlequín, la bola de cristal azul con algodón de colores para desmaquillarse, el calzador de nácar, el marco de taracea, el angelito azul y la bailarina de Lladró. Tenía muchos regalos suyos ahora que lo pienso, claro que yo también la cuidé a ella y cuidé a sus hijas y les procuré todos los libros de texto que necesitaron durante todos sus estudios. Nos hacíamos regalos mutuamente y estábamos contentas la una con la otra; nos tratábamos bien en una palabra y yo pienso que nos guardamos cierto afecto.

Ángel dulce

 Creo que fue por ese afecto por lo que guardé todos esos pongos en una caja del sótano  y no se los regalé a nadie.

 Perdón, ahora que hablo de los peces de los ojos verdes se que eran tres y yo solamente me he encontrado dos. Recuerdo que le regalé uno a mi pequeña sobrina Blanca cuando vino a ver la casa nueva y yo estaba guardando los pongos en las cajas. Los vio y le encantaron.

 – Blanca, ¿quieres uno para ti? --le pregunte.

 Ella abrió los ojos tanto como los de los peces y dijo, – Si,  ¿me vas a dar uno de verdad?

 –Elige el que más te guste. Llévate el grande, bueno, haz lo que quieras  --- le respondí. Se llevó el mediano tan contenta.

Cuando  vino su madre a recogerla, Blanca se lo enseñó toda ilusionada.

–Mira lo que me ha regalado Pili. ¿A que es precioso, mamá?

Su madre me miró también con ojos grandes pero no verdes, sino asesinos y se dirigió a su hija, –¡Devuelve eso ahora mismo! Blanca la miró asustada.

Sus palabras para mi fueron menos agradables incluso, -- ¿Cómo se te ocurre regalarle esa cosa tan horrible a mi hija?

 –No pienso aceptar una devolución –dije– es de ella y yo se lo he regalado con todo mi cariño,  así que tú haces con él lo que te dé la gana pero aquí no vuelve.  Y se lo llevó. No se qué pasó con el pobre pez.

Ahora que he revisado mis cajas del sótano en busca de algún tesoro oculto que pueda llevar a la Casa Roja, me he encontrado los peces, los he lavado y los he puesto en el patio para decorar. No se los voy a llevar a mi hermana, claro, pero he recordado a  Gracia, a Blanca y el berrinche que ella pilló y así los peces me alegran estas calurosas tardes de este eterno verano.