Nunca supe ni cuanta gente vivía en la
casa de enfrente, ni qué relación había entre ellos. Parecían una gran familia: padre, madre, tíos, tías,
hermanos, cuñadas y sus criaturas.
Después de unas semanas viviendo en la casa, empecé a
distinguirlos y me di cuenta de que los habitantes mayores cambiaban: se iba
unos y venían otros. Las criaturas siempre eran las mismas: cuatro, un
adolescente, dos niñas pequeñas y un bebé. Éstos eran los más visibles porque
salían cada mañana acompañados de un mayor camino del colegio o de la
guardería.
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Almacén exterior |
Tampoco supe nunca qué horario de
trabajo tenían. Sé que eran los dueños del bazar chino que había frente al Mercadona que estaba
abierto todo el día, todos los días del año, incluidos domingos, festivos y
Navidad.
Supongo que por eso no tenían tiempo de limpiar la casa. El patio de delante y el
garaje, que a veces se dejaban abierto, estaban
llenos de toda clase de trastos: cajas, bolsas, palés, cartones, hasta ruedas
de coche.
A veces por la noche llegaba una
furgoneta o un camión que descargaba su mercancía y lo dejaban todo amontonado
en cualquier lugar de la casa, dentro o fuera.
Una vez descargaron uno de esos
frigoríficos para los refrescos que se usan en las ferias y ahí se quedó cuando
se fueron hasta que llegó la nueva inquilina a ocupar la casa. Tuvo que
alquilar un contenedor de basura para librarse de todo lo que encontró.
Un hombre de mediana edad solía salir
a fumar y a escupir a la puerta de la calle en los días más fríos del invierno.
Supongo que no tenían calefacción y allí al solecito, estaba mejor
que dentro de la casa.
Como los niños iban al colegio y me los encontraba por la calle, pronto
pude hablar con ellos. Me enseñaban palabras en su idioma, me contaban cosas de
su vida y me dijeron sus nombres. Aun no se los habían cambiado. Al poco tiempo,
el hermano mayor me pidió que le llamara Eliseo, las niñas también se habían cambiado
el nombre: una era Ana y la otra Vanesa. - Es más fácil así, me explicaron.
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Pequeño detalle chino |
Los padres, o los familiares mayores
hablaban muy poco español. Cuando nos veíamos al entrar o salir de nuestras
casas, solíamos intercambiar un breve saludo y una sonrisa.
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De todo |
Un día fui al bazar chino a
comprar unas cajas de plástico. Eliseo estaba a cargo de la
caja y entre cliente y cliente leía un libro. Le pregunté cómo le iban los estudios y dijo que estaba contento, que le gustaban mucho las
clases pero que apenas tenía tiempo para estudiar y por eso se llevaba los
libros a la tienda. Le pregunté por el que tenía al lado de la caja.
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La Celestina, dijo |
-" La Celestina", - dijo.
Le
miré con lástima. Yo nunca había conseguido pasar del segundo capítulo ni en
mis mejores días de estudiante de Bachillerato y él ¡ya lo estaba
terminando!
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Volví al bazar chino por Navidad |
Unos meses más tarde, ya cerca de la Navidad, volví al
bazar chino para comprar unos marcos de fotos y adornos para la casa. La tienda
estaba abarrotada como era habitual en esos días. Eliseo y su madre
cobraban a los clientes.
Cuando me llegó el turno los dos me saludaron con una
gran sonrisa. Hacía tiempo que no veía a la señora porque se habían mudado del
barrio unos meses antes; su español seguía siendo muy básico, lo entendía, pero no lo hablaba bien y solo me dijo hola, inclinando la cabeza como
un saludo ritual, pero me sonreía todo el tiempo.
Le dije que me alegraba de
verla y de ver lo bien que estaban sus hijos. Eliseo se lo tradujo y ella
volvió a sonreír.
Cuando me dio la vuelta de mi compra, Eliseo me entregó también un pequeño
paquete.
- Es para ti. Mi madre quiere hacerte
un regalo.
Lo abrí antes de retirarme de la caja. Unos cisnes de cristal ante un espejo era su regalo.
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Cisnes de cristal |
- Muchas gracias, le dije y también le
sonreí mucho tiempo.
Ahora
tengo que guardar mis pequeños cisnes porque valen muchas sonrisas.