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martes, 9 de febrero de 2021

Otra caja de polvorones

Fabrica de cerámica Los Arrayanes
Mi madre hacía cuajada de carnaval con los polvorones y mantecados que sobraban de las comidas navideñas. La receta es fácil, se machacan los polvorones con un tenedor, se mezclan con crema pastelera y se cuajan en boles de cerámica de Fajalauza.   Es otro recuerdo y una buena forma de reciclar los restos de los dulces de Navidad para que no se queden rodando hasta el verano. - El año pasado tiré las ultimas hojaldrinas el día de mi cumpleaños en agosto, cuando hacía sitio en la lata de las galletas.

Cuajada de Carnaval

Aquí en Granada, esta tradición es de toda la vida y para mí que no tomo ni polvorones ni dulces, la cuajada no me interesa especialmente.. 

Pero hoy os hablo de otra forma de reciclar la Navidad, mejor dicho las cajas de productos navideños.

  Porque hoy he descubierto que la gran caja donde mi padre guardaba sus piezas del TENTE es una caja de polvorones tamaño familiar de EL MESÍAS.  De un catálogo recortó fotografías y las pegó en la tapa, por fuera y por dentro, y lo fijó todo muy bien con papel celo, a él el celo le encantaba y lo usaba para todo. Podéis ver los detalles en la foto. Es una autentica obra de artesanía, como los pasteles de Carnaval, más o menos.

Polvorones EL MESÍAS
No me extraña que mi padre reutilizara la caja de los polvorones, él adoraba una buena caja de lo que fuera: de camisas, zapatos, mantas, bombones, galletas. 

Si el cartón era recio la guardaba porque siempre podía ser útil, y si era muy fea la forraba con algún papel que encontrara por la casa y lo pegaba primorosamente con cola blanca o celo hasta que quedaba una caja perfecta, un nuevo cofre donde guardar los tapetes de mi madre, su colección de guantes o su colección de cajas mas pequeñas.

Jugando al TENTE con mi madre
Mira, más tapetes
Caja artesanal

No puedo, no debo criticarlos porque son mis padres y porque yo sigo sus pasos: los dos de hecho, mi madre y mi padre, adoraban las cajas y yo soy tan fiel seguidora de ese culto que durante años he guardado las cajitas monas que te dan con cualquier cosa e incluso las forro con mis viejas fotos impresas que nunca voy ni a enmarcar ni a colgar de las paredes para que estén más bonitas aún. 

En ellas guardo más fotos, mis botones, mis hilos de colores para las labores de punto de cruz, mi colección de lápices de memoria USB sin uso, mis útiles de escritura- sobres, folios, sellos-, mis postales antiguas ...  y ahora, guardo mis mascarillas.  

Mi taller

Una cajita ya forrada
La pena es que a pesar de lo bonitas que me quedaron, aun no me atrevo a regalarlas y me invaden por todos sitios. Es como si me hubiera caído una maldición por atesorar cosas inútiles.

Pero ya se que no soy la única: en casa de mi madre sigo encontrado en los armarios las viejas cajas de zapatos o de mantas forradas por mi padre todavía llenas de los tapetes que mi madre también coleccionaba. 

Una serpiente de verano

Pienso que esta afición nuestra es como una serpiente que se muerde la cola o como un laberinto sin entrada ni salida; algo así como estos días de encierro a causa de la maldita pandemia que, como nuestras colecciones de colecciones, tampoco parecen tener principio ni fin. 

Así estamos por aquí.

 

jueves, 4 de junio de 2020

La rebusca


Rebuscando ajos
 Por esta época del año Salvador traía ajos y cebollas a casa de mis padres. Más adelante, eran patatas. Por diciembre, unos kilos de aceitunas para verdeo, y, durante todo el año, según la temporada, nos traía también fruta: granadas, higos, membrillos, caquis, almendras o nueces y lo mejor, higos chumbos, que Catalina nos pelaba.No eran de su cosecha propia, pero tampoco las había comprado ni, mucho menos, robado
      Catalina, su mujer, trabajaba en casa ayudando a mi madre en las tareas y nos quería a todos los hermanos y hermanas con toda la fuerza de su fuertes brazos. Nos chillaba y regañaba con la misma confianza con la que trataba a sus hijas - tenía cinco.  Nosotros la tratábamos de usted, siguiendo las estrictas instrucciones de mi padre al respecto, pero la queríamos y la considerábamos parte de nuestra familia. Ella nos descubría cosas de la vida y nos contaba historias del pueblo que habían dejado para buscarse la vida en la ciudad, la capital.  Lo mejor de su pueblo eran las fiestas para el 25 de julio que duraban cuatro días grandes, lo que dice el refrán: Santiago, Santa Ana, Santa Anilla y su hermanilla.
Recogiendo los ajos en la Vega de Granada
Empezamos con los ajos
   Por entonces, eran los años 60, los campos se llenaban de gente rebuscando cualquier fruto de la tierra cuando terminaban las cosechas porque entonces había mucha necesidad. Esos nos decían.

     Salvador rebuscaba  en el campo para su familia y también nos traía a la nuestra. Cuando aparecía en mi casa con una talega llena de ajos, patatas o cebollas, mi padre se azoraba y no quería aceptar aquel regalo de ninguna manera. Pero hay regalos que no se pueden rechazar y ese era uno de ellos.
       Mi padre, que nos daba continuas lecciones de moral, nos decía que rebuscar en el campo era correcto, que coger los ajos, cebollas, patatas, aceitunas o lo que fuera que quedara abandonado sobre la tierra no era robar, era rebuscar.  Eso era lo que hacía Salvador. Iba a la rebusca.    
       Mi padre siempre quiso enseñarnos a ser honrados. Él practicaba con el ejemplo. Él lo era. Creo que nos enseñó bien.
Cortando los ajos - Bien protegido
   Así que yo cojo las manzanas que crecen en el árbol fuera de la tapia, los higos de las higueras del borde de los caminos que no son de nadie y las almendras de los viejos almendros abandonados en estos campos andaluces. 
Envasando los ajos
       Pero, hoy, además, hemos rebuscado AJOS y aunque nos hemos traído un buen  puñado hemos dejado allí muchísimos más para los próximos rebuscadores, los próximos ciclistas o paseantes que los vean entre los terrones secos del haza.
En estos últimos días de paseo por la Vega habíamos visto cómo los tractores arrancaban las matas de la plantación de ajos y las dejaban en la tierra para que se secaran. La otra mañana vimos a los trabajadores temporeros de la Vega sentados en el suelo; cortaban las hojas a las matas y colocaban primorosamente las cabezas de ajos en unas cajas de plástico. Ya estaban los ajos preparados para el mercado de mayoristas. 
Cortando los ajos - Temporeros - Inmigrantes
     Eran ecuatorianos, peruanos, colombianos. Eran mujeres y hombres de piel oscura, con la cara y la cabeza cubiertas, bien protegidos del sol, del polvo del ajo y del coronavirus.

Mis ajos rebuscados antes de limpiarlos
 Los ajos que estos trabajadores dejaron atrás son los que hemos cogido. Y yo, mientras rebuscaba ajos entre las gavillas de la paja abandonada en el campo, como el que rebusca setas,  me he acordado de Salvador, de Catalina y de mi padre. Y he dicho: yo no estoy robando y esto podría hacerlo gente que lo necesitara más que yo; pero por allí no va casi nadie y yo no lo entiendo.


miércoles, 5 de febrero de 2020

Tortas de cartón

Las tortas de cartón, como llamaba mi padre a las tortas de INÉS ROSALES, son mi magdalena de Proust. No me hace falta ni siquiera probarlas, ya sé cómo saben, - aunque ahora las vendan de muchos sabores y colores -. La torta tradicional es la que evoca mis recuerdos. Solo con verlas en el Mercadona, o en la vitrina de dulces de la cafetería, ya me acuerdo de mi padre. El hombre aparentemente tranquilo, y de costumbres aparentemente inmutables.     
El Ministerio

 Por ejemplo,  mi padre era hombre de costumbres fijas: siempre que viajaba a Madrid se alojaba en el Hotel Inglaterra, por ejemplo. Decía que estaba muy cerca del Ministerio, que era a donde él se dirigía para las reuniones oficiales a las que le convocaban. En el hotel ya lo conocían, por eso siempre paraba allí cuando viajaba por motivos de trabajo.
   Le gustaba viajar de noche en el tren. Cogía el Ter a las ocho de la tarde y no tenía problemas para dormir en el coche-cama o en una litera. Llegaba a Madrid por la mañana, con tiempo de pasar por el hotel, arreglarse un poco e irse para su reunión del día.
Revistas de la época
   Antes de que el tren partiera de la estación, pasaba por el quiosco que había en el andén y se compraba alguna revista de actualidad, La Gaceta Ilustrada, La Actualidad española, un librito de crucigramas- palabras cruzadas para él, y alguna novela de Agatha Christie, que un par de horas más tarde descubría que ya había leído, no una sino al menos cinco veces en sucesivos viajes en tren. Además de que tenia la colección completa en casa. 
    Creo que siempre tuvo la ilusión de que la señora Agatha Christie  publicara nuevas novelas para sus viajes, pero no era así y él olvidaba los títulos, no reconocía las portadas y las volvía a comprar. Se la volvía a leer durante el viaje y la dejaba abandonada en el asiento de su compartimento. Decía que no le importaba, que había olvidado quien era el asesino desde una lectura hasta la siguiente.
    El viaje de regreso era parecido: tren nocturno, doce horas para llegar a casa. No se quejaba, le gustaba leer en el tren, resolver las palabras cruzadas y seguramente charlaba bastante con sus compañeros de departamento. Era un hombre muy sociable.
Como entonces fumaba y se podía fumar en el tren, seguro que pedir fuego u ofrecer un cigarrillo eran  la excusa perfecta para comenzar las charlas.  
 
Cafetería Goya hace mucho tiempo
 Cuando volvía a su rutina de trabajo en la ciudad, siempre iba a desayunar al mismo café -
la cafetería Goya- en la plaza de la Trinidad, muy cerca de su trabajo. Es extraño que  esta cafetería haya sobrevivido hasta ahora.

Tortas de cartón
    Para desayunar siempre pedía un café con leche y un bilbaíno - un bollo, no un oriundo de Bilbao, y si no tenían, pedía una torta de cartón con su café, y explicaba que él llamaba así a las tortas de Inés Rosales, esas que son muy delgadas y vienen envueltas en papel un poco encerado. 
    Siempre dejaba propina y siempre era muy amable con los camareros a los que llamaba a voces o con grandes gestos de sus manos si se habían olvidado del vaso de agua que siempre tomaba con su café o para pedirles la cuenta.
     Cuando terminaba el desayuno, limpiaba las migas del mostrador, despejaba todo lo que tenía delante, sacaba su portamonedas, como él llamaba al monedero, y esparcía las monedas para ver si tenía dinero suelto para pagar y para dejar la propina habitual. 
     Si los camareros lo conocían en la cafetería, y solían conocerlo porque no le gustaba cambiar sus ritos mañaneros, estos rituales eran más sencillos: no tenía que llamar a nadie y no tenía que explicar lo de las tortas de cartón.
      Después del café volvía a su trabajo. 
      A mi me gustaba ir a desayunar con él y compartir estas costumbres matinales. Por eso a mi también me gustan estas tortas de cartón.

miércoles, 8 de abril de 2015

100 años



Mi padre nació el día 8 de abril de 1915. Hoy hubiera cumplido 100 años.
D. Nicolás de Micheo, su abuelo

D. Nicolás Flores, mi padre
De  Alférez

Por el paseo de Linares
¡Nos vamos a los toros!

Bodas de Plata - En Úbeda


Esperando
En Venecia
La firma del Presidente del Tribunal
En el ejercito

A veces iba a la playa




Haciendo pajaritas

Mas pajaritas

Una en color
Algún día escribiré más sobre él.