Hoy os traigo un cuento antiguo. Algunos detalles indican claramente que lo escribí hace muchos años. Podemos jugar a que vosotras lo leéis y en vuestros comentarios me sugerís cuales son estos puntos que se han quedado obsoletos.
Este es mi cuento:
Ahora me dirá que lleva llamando por teléfono toda la
tarde, que de hecho me llamó antes de salir para acá y que nuestro teléfono, cuando
no está comunicando, no lo coge nadie, y que la culpa es de alguna de las chicas con las que comparto el piso. Yo se que eso no es verdad, que no ha llamado, que esa es una de sus mas conocidas excusas cuando llega tarde.
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Sabes que estoy esperando |
Porque él sabe que habíamos quedado en ir hoy a la inauguración de la exposición
en la Galería de Arte a las ocho de la tarde, igual que sabe que tengo que escribir la crónica para la revista.
Sabe que durante estos quince días que han pasado desde la última vez que nos vimos, he mirado el teléfono muy fijamente,
cuando nadie lo usaba, para ver si con mi concentración
mental lo hacía sonar. Pero ni mi poder mental, ni mi esfuerzo por no pensar en
eso o por decir, me voy al baño, me voy a la cocina, me voy a la calle, me podían
hacer olvidar que hace dos semanas quedamos en volver a vernos y él no había
dado señales de vida hasta hace un momento.
Son las ocho menos cinco y acaba de sonar el timbre de la puerta. Te
he visto por la mirilla.
Ya estoy arreglada. Ya tendría que estar abriendo la puerta
corriendo como siempre, la sonrisa en la boca, el gesto de no te preocupes, no
importa que sea tarde, ya sabes como son estas cosas, todavía estarán allí los
artistas, aun tendremos suerte y nos darán una copa y un canapé,
encontraremos taxi fácilmente o aparcamiento en la mismísima puerta, en fin, tu
no te alteres, bastante alterada ya voy yo.
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Sabes que estoy observándote |
Ahora tu esperas en el rellano, miras el reloj y
la punta de tus zapatos, te quitas las gafas, compruebas que el rótulo es el correcto. Sabes que hay alguien observándote porque has visto
oscurecerse el puntito luminoso de la puerta, sabes que contengo la respiración.
Pero no
vuelves a llamar, miras a la puerta como si tus ojos tuvieran el poder de
traspasar la plancha de acero que la dueña del piso hizo poner para blindar la
casa, miras a través de ella porque sabes que estoy allí y no entiendes por qué
no abro ya la puerta.
Pero no lo dudas ni un minuto más. Te vas.
Ya te has ido y yo te veo marchar y respiro relajada
hasta el fondo de mis pulmones, de mi tensión y mis angustias y te doy la despedida: “Hasta nunca.”