viernes, 23 de marzo de 2018

Hasta nunca


Hoy os traigo un cuento antiguo. Algunos detalles indican claramente que lo escribí hace muchos años. Podemos jugar a que vosotras lo leéis y en vuestros comentarios me sugerís cuales son estos puntos que se han quedado obsoletos. 
Este es mi cuento:


Ahora me dirá que lleva llamando por teléfono toda la tarde, que de hecho me llamó antes de salir para acá y que nuestro teléfono, cuando no está comunicando, no lo coge nadie, y que la culpa es de alguna de las chicas con las que comparto el piso. Yo se que eso no es verdad, que no ha llamado, que esa es una de sus mas conocidas excusas cuando llega tarde.
Sabes que estoy esperando

Porque él sabe que habíamos quedado en ir hoy a la inauguración de la exposición en la Galería de Arte a las ocho de la tarde, igual que sabe que tengo que escribir la crónica para la revista.

Sabe que durante estos quince días que han pasado desde la última vez que nos vimos, he mirado el teléfono muy fijamente, cuando nadie lo usaba, para ver si con mi concentración mental lo hacía sonar. Pero ni mi poder mental, ni mi esfuerzo por no pensar en eso o por decir, me voy al baño, me voy a la cocina, me voy a la calle, me podían hacer olvidar que hace dos semanas quedamos en volver a vernos y él no había dado señales de vida hasta hace un momento.

Son las ocho menos cinco y acaba de sonar el timbre de la puerta. Te he visto por la mirilla. Ya estoy arreglada. Ya tendría que estar abriendo la puerta corriendo como siempre, la sonrisa en la boca, el gesto de no te preocupes, no importa que sea tarde, ya sabes como son estas cosas, todavía estarán allí los artistas, aun tendremos suerte y nos darán una copa y un canapé, encontraremos taxi fácilmente o aparcamiento en la mismísima puerta, en fin, tu no te alteres, bastante alterada ya voy yo.
Sabes que estoy observándote

Ahora tu esperas en el rellano, miras el reloj y la punta de tus zapatos, te quitas las gafas, compruebas que el rótulo es el correcto. Sabes que hay alguien observándote porque has visto oscurecerse el puntito luminoso de la puerta, sabes que contengo la respiración.

 Pero no vuelves a llamar, miras a la puerta como si tus ojos tuvieran el poder de traspasar la plancha de acero que la dueña del piso hizo poner para blindar la casa, miras a través de ella porque sabes que estoy allí y no entiendes por qué no abro ya la puerta. Pero no lo dudas ni un minuto más. Te vas.

Ya te has ido y yo te veo marchar y respiro relajada hasta el fondo de mis pulmones, de mi tensión y mis angustias y te doy la despedida: “Hasta nunca.”

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