En estos días de noviembre por la mañana entro en la cocina con la estufa en la mano porque hace tanto frío que no puedo
desayunar sentada si no caliento la habitación un poco.
| Garaje-cocina |
La culpa la tuvo Isidro, el albañil. Cuando hicimos la obra hace ya más de veinte años quitaron el radiador que estaba detrás de la puerta y luego se olvidaron de ponerlo. Cuando ya estaba toda la obra terminada, hasta los muebles y los electrodomésticos instalados, alguien preguntó - y el radiador, ¿donde lo vais a poner?
| Todo casi terminado |
No era
cuestión de levantar el suelo otra vez para poner las tuberías; ya habíamos tenido bastantes problemas
cuando Tomás, el sobrino de Isidro, que venía de aprendiz, se quedó encerrado
en el último rincón de la cocina poniendo las losetas; parece un chiste, pero yo lo vi.
Estaba descompuesto y empezó a llamar a su tío a voces para que le dijera cómo
salir de ese agujero. Yo no quise ni ver el final de aquella historia. No sabía si echarme a reír o ponerme a gritar como Tomás, pero yo de pura hartura.
Dios
mío, eran tan malos los de esa cuadrilla, Isidro, Antonio y Tomás, el aprendiz,
que yo solo soñaba con que se fueran de una vez aunque dejaran la cocina a
medias.
Estuvimos
un mes cocinando en el microondas y comiendo en el garaje y ya no podía aguantar ni un día más.
Así que ahora me traigo la estufa cuando voy a desayunar y me río sola, por no cabrearme, con la historia de la cocina sin radiador.