jueves, 13 de noviembre de 2025

Mi discurso

Nunca llegué a pronunciarlo, pero lo escribi. Hoy os traigo mi discurso de despedida a los alumnos de 2º de Bachillerato de aquella promoción que acabó en el Instituto a la vez que yo. 

        Solo se que no sé nada

     Agradezco la invitación que me hizo el director para hablar hoy aquí. Me sentí muy desconcertada al principio cuando tuve que pensar un tema y un título para esta charla de despedida, repasé mentalmente todas las charlas que he oído durante todos estos años que he acompañado a los alumnos de 2º de bachillerato en este día de su despedida del Instituto y mis predecesores todos habían demostrado una sabiduría que yo no poseo.

Graduación 2º de Bachillerato

    Me parecía difícil encontrar el tema de mi discurso. Yo soy profesora de inglés y no recuerdo a ningún miembro de mi departamento en este atril y ante esta audiencia. Es curioso, pero yo sé por qué. Nosotros, los profesores de inglés sabemos de todo, pero somos especialistas en nada. Básicamente solo sabemos inglés. Los demás compañeros míos que dieron este discurso en ocasiones anteriores son expertos en otras materias  y, además, algunos incluso saben inglés. 

    Yo solo sé inglés. No soy experta en nada más. Pero me sé un montón de cosas absurdas: cuantos dientes tiene un tiburón, cual es la isla más grande del mundo, el desierto más caluroso, el río más largo, quién descubrió Australia, quién inventó la WWW, cómo influye tu posición entre tus hermanos en tu personalidad, cómo se hizo rico JP Morgan, por qué Detroit es hoy una ciudad en crisis, cuál equipo ganó la SuperBowl en 1967, qué es un kaiku, cómo se cocina el Yorkshire pudding y con qué se come, quién es Humpty Dumpty y cómo visten los alumnos de Eton College....  

    En resumen, conozco toda la información importante que utilizaba en mis clases como excusa o medio para enseñar inglés; eso fue mucho antes de que unos modernos expertos decidieran que era mejor enseñar inglés a través del contexto, o sea dando literalmente clase de matemáticas, ciencias naturales, educación física o historia en inglés y se crearan los centros bilingües, que más tarde demostraron que los alumnos no aprendían inglés ni matemáticas, ni ciencias naturales ni nada de nada si se mantiene aún ese número tan elevado de alumnos en cada clase que yo tuve que sufrir. 

¡Hasta salté a la comba!

    Ahora tengo la compensación al menos de que con todas estas cosas inútiles que he aprendido a lo largo de mi carrera profesional tengo el bagaje necesario para jugar y ganar muchos quesitos en el Trivial o participar en un concurso de la tele. ¿Nunca os habéis fijado en la gran cantidad de profesores de inglés que hay en los concursos?

    Pero no se trata de eso. Al menos yo sé que sé algo más y que intenté enseñar algo más a mis alumnos.

La vida en el Instituto

   Mi padre nos decía que mientras terminábamos nuestros estudios superiores, que eran indispensables para tener un futuro en la vida, teníamos que aprender algo más: deberíamos aprender a escribir a máquina, deberíamos obtener el permiso de conducir y no debíamos olvidar lo importante que iba a ser saber idiomas. Yo decía a mis alumnos estas mismas cosas pero cambiaba el orden de prioridades; daba por supuesto que todo el mundo manejaba la tecnología y se sacaría el carnet de conducir pero no dejaba de insistir en que el inglés sería esencial para el futuro, más que el dominio de la tecnología, más que el permiso de conducir.  Siempre insistía en este tema: todos debéis saber inglés. Si domináis el inglés habréis recorrido la mitad del camino.

    Pero además de mi insistencia porque os manejaseis bien en inglés con trabajo constante en las clases y en casa, había otra cosa en la que también insistí siempre. Yo os decía, −Puede que yo no consiga enseñaros inglés, no pasa nada; me conformaré con que aprendáis lo que es el respeto hacia vosotros mismos y hacia los demás y lo que es el esfuerzo y la educación. 

    Pero esa es toda mi sabiduría. Por eso nunca esperé que me invitaran a dar esta charla de despedida y sin embargo me he animado y aquí estoy.  

Lola, nuestra mascota

    Quizás es que yo sepa algo.  Sí, creo que se más de la vida de mis alumnos que el resto de mis colegas profesores.  Os he hecho tantas preguntas en estos años de las que de verdad ignoraba las respuestas que he descubierto cosas de vosotros que a lo mejor ni siquiera vosotros sabíais.  A ver ¿Quién te ha preguntado alguna vez quién te enseñó a abrocharte la chaqueta, cuál zapato te quitas primero, qué disco no le prestarías ni a tu mejor amigo (porque te da vergüenza admitir que te gusta), qué recuerdo te evoca el color azul, dónde fue la última vez que te pusiste colorado, cuál es el sitio más raro donde dormiste una vez, a qué personaje famoso has conocido? Yo he preguntado esas cosas y muchas más.

    Ahora os tengo que aclarar algo. Fijaos que los profesores siempre preguntamos cosas a los alumnos, todo el tiempo, en clase, en los exámenes, siempre. Esto es absurdo ¿no? ¿Para qué preguntar algo si el profesor ya sabe la respuesta? Y los profes siempre se saben la respuesta, si no, no se atreverían a preguntar nada. Si tu profesor te pregunta la fórmula del ácido sulfúrico es porque él o ella ya lo sabe,  de otro modo cómo podría saber si tu respuesta es correcta o no.

    Pero los profes de inglés preguntamos cosas cuya respuesta desconocemos, así que el contenido de vuestras respuestas siempre será correcto - si esas respuestas son gramaticalmente 'casi' correctas, si se entienden.  

Escribo tu nombre en los chopos del patio
   Así con mis preguntas, obviamente para practicar inglés hablado,  yo supe que mis alumnas de la ESA en el Nocturno pasaban los fines de semana viajando a la ruta del bacalao en Alicante, que su bebida favorita era el Red Bull con Jack Daniel, que con tres de estas copas tienes para toda la noche, que una de ella era cocinera en un bar, otra cuidaba de personas mayores y otra limpiaba escaleras, que Ignacio una vez durmió en el suelo de un parking entre dos coches para no darle a su madre el gusto de verlo por casa antes de las ocho de la mañana, que el delegado de mi grupo de primero de bachillerato tocaba el chelo, que otro era campeón juvenil de ajedrez, otra alumna era escaladora y estaba entrenando y ahorrando para viajar a los Alpes, que José Luis procedía de Australia, que Fernando trabajaba de panadero en el horno de su padre en Peligros - un día nos trajo unas deliciosas cañas de chocolate que nos comimos todos a la hora del recreo-, que Liza era medio inglesa, que ….

Unas ricas cañas de chocolate - Gracias, Fernando

¡Cuántas cosas he aprendido con mis alumnos. Ellos, vosotros, me descubristeis grupos de música, libros, modas, películas. Por entender  vuestros gustos me leí Los Juegos del Hambre, la Comunidad del Anillo y Harry Potter, escuche rap y vi algunos trozos de películas de ciencia ficción y de terror y hasta vi la famosa serie de los vampiros, Crepúsculo, que me produjo auténtico pánico. 

¡Cuántas cosas he vivido por y con vosotros!

Mi corazón está lleno de todas estas vivencias que compartisteis conmigo.

Muchas gracias

martes, 11 de noviembre de 2025

Frío en la cocina

 En estos días de noviembre por la mañana entro en la cocina con la estufa en la mano porque hace tanto frío que no puedo desayunar sentada si no caliento la habitación un poco.  

Obras en la cocina
Garaje-cocina

La culpa la tuvo Isidro, el albañil. Cuando hicimos la obra, hace ya más de veinte años, quitaron el radiador que estaba detrás de la puerta y luego se olvidaron de ponerlo. Cuando ya estaba toda la obra terminada, hasta los muebles y los electrodomésticos instalados,  alguien preguntó - y el radiador, ¿donde lo vais a poner?

Todo casi terminado

No era cuestión de levantar el suelo otra vez para poner las tuberías; ya habíamos tenido bastantes problemas cuando Tomás, el sobrino de Isidro, que venía de aprendiz, se quedó encerrado en el último rincón de la cocina poniendo las losetas; parece un chiste, pero yo lo vi. Estaba descompuesto y empezó a llamar a su tío a voces para que le dijera cómo salir de ese agujero. Yo no quise ni ver el final de aquella historia. No sabía si echarme a reír o ponerme a gritar como Tomás, pero yo de pura hartura.

Dios mío, eran tan malos los de esa cuadrilla, Isidro, Antonio y  Tomás, el aprendiz, que yo solo soñaba con que se fueran de una vez aunque dejaran la cocina a medias.

Estuvimos un mes cocinando en el microondas y comiendo en el garaje y ya no podía aguantar ni un día más.

Así que ahora me traigo la estufa cuando voy a desayunar y me río sola, por no cabrearme, con la historia de la cocina sin radiador.