martes, 29 de diciembre de 2020

NANA

Yo creo que ella lo sabía, que había oído nuestras conversaciones previas a la Navidad y sabía cuál sería mi regalo y debió decidir que ella no se iba a someter a la misma tortura a la que llevo sometiendo a propios y extraños desde ese día en el que los Reyes Magos me trajeron por fin mi anhelado regalo y ella decidió desaparecer.  En realidad nos dejó la víspera de Reyes, ni siquiera quiso ver los regalos.

Nana, un pequeño cachorro recién llegado a la familia

 Aquella noche del día 5 de enero, cuando volvimos de ver la cabalgata en Granada -  entonces aun teníamos el valor de meternos en aquel enjambre de niños y mayores -, no la encontrábamos por ningún sitio. La busqué en el patio, en el sótano y en sus escondites habituales: debajo del sofá, detrás del retrete, en la esquina de la cocina, debajo de la mesa del patio - ella no le temía al frío-,  pero no estaba por ninguna parte de la casa. Entonces vi el agujero en la tela metálica que habíamos puesto unos días atrás en la baranda del porche para evitar que entrara el gato. Ahora la tela metálica estaba rota, no había entrado ningún gato, pero allí ya no estaba Nana

La traca final era lo peor para Nana

 En nuestro pueblo también había habido cabalgata y aquí siempre la acompañan con un gran castillo de fuegos artificiales y petardos en el parque que hay cerca de casa.  Este estruendo habitual en fiestas de cualquier tipo aterrorizaba a Nana que solía esconderse en el rincón más interior de la casa. 

La Cabalgata
 En anteriores ocasiones, cuando la fiesta del ruido había terminado,  yo la sacaba con las orejas gachas de su más recóndito escondite: el pequeño aseo de la planta baja, la única habitación sin ventanas a la calle,  y a la pobre perra se le salía el corazón por la boca de lo fuerte que le estaba latiendo.

Se moría de miedo con los petardos, no podía controlar sus nervios y hoy, víspera de Reyes, se había escapado porque estaba sola y no había nadie en casa para consolarla. 

Nunca se metió en la piscina
 La buscamos por todo el barrio, incluso con el coche fuimos a las calles más oscuras. La gente ya se volvía a casa después de la fiesta y solo quedaba el olor de la pólvora y el asfalto lleno de confetis, serpentinas y caramelos machacados por las ruedas de las carrozas y los coches.  Pero Nana no apareció. No volvió ni esa noche ni a los días siguientes. Nos dejó un buen día como también había llegado a nuestra casa un buen día.
1997 - Con Clarita

Eso había sido casi ocho años atrás. La trajo Antonio en una cajita; era un pequeño cachorro de cocker spaniel negra y peluda, blandita como un pequeño Platero, que lloraba por la noche como un bebé abandonado porque ya no estaba con sus hermanos ni con su madre.

Poco a poco se fue acostumbrado a estar con nosotros y, como siempre pasa, nuestra perra Nana  se convirtió en un miembro más de la familia y en muchas ocasiones ella condicionó nuestros viajes, fiestas, fines de semana y vacaciones. Pero supo hacerse un sitio en el sofá, en su caseta del patio, en el borde de la piscina y en nuestros corazones. 

1993 Con Pedro

 

La vigilante de la piscina

 Este maldito año del COVID he recordado muchos días a Nana porque sé que hubiera sido muy feliz sin los cohetes de la feria de verano, de los carnavales o de las Navidades. Sé que le hubiera gustado estar con nosotros en casa durante las larguísimas semanas de confinamiento cuando la hubiéremos obligado  a servirnos de excusa para salir a la calle varias veces al día. Ella, que se volvía loca de alegría cuando me oía abrir el cajón de la cómoda donde guardaba su correa de paseo. Daba tales saltos que no había manera de ponérsela. Ella lo habría pasado en grande tumbada en el sofá, compartiendo la tele con nosotros y mirándonos con ojos extrañados.

 Este año hubiera sido su año.

Con Ara y Joan - Vigilando

 Hoy la recuerdo porque el próximo día 5 de enero hace  exactamente veinte años que nos dejó. No como dicen los ingleses porque muriera, sino porque nos abandonó. ¿Se fue a vivir con otra familia? ¿La robó alguien de nuestra calle que ya le había echado el ojo? Nunca lo supimos.
 Yo la lloré un poquito, pero se me pasó la pena pronto porque Nana era también una responsabilidad, un trabajo diario y la seguridad de que no podíamos hacer ningún plan de viaje sin contar con ella, cómo cuidarla, a quién dejársela, cómo estaría sin nosotros. Era una atadura de la que nos libramos sin pretenderlo, pero sin añorarla demasiado .

Por lo menos se libró de no aparecer como motivo principal de mis fotos caseras en la colección de Instagram de cachorros y otras hierbas, porque justo ese año los Reyes Magos me trajeron mi primera cámara digital,  mi pequeña CANON IXUS, que aún era muy primitiva y que hacía las fotos con tan poca resolución que mas que fotos parecían ilustraciones de un catalogo de punto de cruz porque se le notaban los pixeles a las imágenes.  Pero yo ya, sin preocupaciones sobre carretes y revelados, empecé a disparar como loca a todo lo que tenía alrededor - y a tod@s l@s que me dejan - y desde entonces aun no he parado.Aqui teneís una de mis primeras fotos de entonces:

Y esta es su historia, la historia de nuestra perra Nana que salió corriendo de nuestras vidas antes de que yo le pudiera apuntar con mi cámara de fotos.

Mirad qué feliz con mi IXUS
Con mi nueva cámara digital, que me hacía tan feliz, no le hice ni una sola fotografía.  Las fotos de Nana que ilustran esta historia son de otra época, de cuando éramos analógicos y mucho más jóvenes. Tanto casi como en esta foto de mi infancia que me he encontrado en el álbum familiar.

--Tu, ¿de quien eres?-- nos preguntábamos las dos

domingo, 20 de diciembre de 2020

Un chiste de Jaimito y un problema de matemáticas

La maestra le pregunta a Jaimito, 

Hay cinco pájaros en un árbol, dice la maestra

— Jaimito. En un árbol hay cinco pájaros, llega un cazador dispara a dos y los mata ¿Cuántos pájaros quedan?

— Ninguno señorita—, le responde Jaimito.

— Pero Jaimito, si había cinco y mata dos, quedan …

—No, señorita. Aunque el cazador mate dos solamente, los otros se van enseguida, en cuanto suena el disparo.

—Llevas razón, Jaimito. No lo había pensado yo así, pero me gusta cómo has enfocado el problema.

— A ver, señorita — dice Jaimito—. Yo le voy a plantear otro problema:  

Una piruleta

      Por la calle van tres chicas paseando. Cada una lleva una piruleta. Una le está quitando el papel, otra la está chupando y otra la balancea cuando anda. ¿Quién es la que está casada?

La señorita se queda cavilando y dice, —La que la está chupando.

  —No, señorita—, le responde Jaimito. —La que lleva el anillo de casada. ¡Pero me gusta el enfoque que le ha dado usted al tema!  

 

Sonríe, por favor. ¡Es Navidad!

domingo, 13 de diciembre de 2020

A la busca del tesoro

Los ingleses dicen que con las personas mayores It is better to be nice than to be right, (mejor ser amable que llevar razón) y yo, que como todos sabéis soy medio inglesa por parte de padre, sigo este consejo al pie de la letra siempre que me acuerdo. (Para ver lo de mi origen inglés véase la nota de La Biblioteca en mi blog)

La bandeja de los dulces y turrones

Así que esta tarde cuando por fin encontré la caja de los polvorones, que yo le había traído hace dos días, en el armario de su dormitorio en la tabla donde guarda su colección de guantes, sus bolsos antiguos y sus cajitas con rosarios sin cruces o cruces sin rosarios, no dije nada. Me callé y la cogí. 

Llevé los dulces a la cocina y salí de allí con la caja en la mano, —¡Pero qué tonta estoy! La he encontrado entre las galletas y las infusiones. Qué despiste tengo. ¿Cómo no la había visto antes?

La puse en la mesa del comedor junto a su infusión y sus galletas y nos repartimos ella y yo un riquísimo alfajor bañado en chocolate y un mantecado. 

Me alegro mucho de que te hayan gustado mis dulces, mamá. Se lo diré a la pastelera que los hace en mi pueblo y cuando te acabes está caja te traeré más, todos los que quieras. 

Y seguí, pero ya para mí —Pero, por favor, no los escondas. Gina los ha estado buscando por todos sitos. Esta tarde tu me has dicho que no sabías dónde estaban. Yo he abierto todos los cajones y puertas de tus enormes aparadores, he rebuscado en el bargueño y en la cómoda de la entrada, en el armario de la costura y en la alacena de las herramientas. Tu has insinuado que se los llevó Rafa ayer. Por poco te creo y le llamo para regañarle y preguntarle cómo se había atrevido a llevarse los dulces, ¡encima de que no le gustan!

Quesos ricos, ricos

 Ya sé que nos escondías el queso rico, el chocolate y a veces el salchichón para que no nos los comiéramos de una sentada, pero nosotros ya conocíamos tus escondites - la olla express era uno de los favoritos. Y, como cuando descubríamos donde papá y tú escondíais nuestros juguetes de Reyes, disfrutábamos de vuestro juego, de esa búsqueda del tesoro que ponía a prueba nuestro ingenio y el vuestro (ahora los ingleses la llaman Scavenger hunt) que tú inventaste hace ya muchísimo tiempo.

Que podría ser algo así
 Lo malo de ahora es que puede que un día no encontremos tu tesoro y entonces sea el olor de la comida en mal estado o el rastro de las hormigas lo que nos lleve a tu particular cueva de Alibabá.  

 Me da mucha pena, mama, que olvides dónde has escondido tus cosas y además las escondas no por tus hijos, sino porque no te fías de las señoras que te cuidan. Qué malos tiempos estos. 

Pero no te preocupes. Como se que mis dulces te gustan, te llevaré más cajas, y te llevaré turrón y mazapanes que son tus favoritos y si quieres jugaremos al escondite con ellos. Como quieras. Lo prometo.