sábado, 25 de abril de 2020

Algunas ventajas del encierro



No nos faltarán huevos para este encierro

Cada viernes de este largo encierro cuando oigo el claxon de la furgoneta de la señora que vende huevos y bollería, salgo a la calle y le compro huevos como si fuera a poner una pastelería. De paso, saludo y charlo con mis vecinas mientras mantengo la distancia social requerida, claro.
Hoy la vecina del numero 9, ha salido en pijama y zapatillas y el pelo bastante despeinado. Se ha ido enseguida diciendo - Os dejo aquí con la charla. Me voy a desayunar.

La Rubia, que vive justo enfrente de ella, le ha preguntado extrañada- ¿Ahora? ¡Pero si son casi las once!

Ella le ha contestado - Me levanto tarde. He estado toda mi vida levantándome a las 6.30 de la mañana para ir a trabajar y ahora estoy disfrutando de la cama y del sueño por fin. Estoy durmiendo todo lo que no había dormido nunca. Esta feo que lo diga, pero para mí este encierro está siendo como unas vacaciones. Estoy tranquila en mi casa y duermo hasta que me  da la gana. Si no fuera por lo que es y por las consecuencias que vendrán después, estaría feliz de tener por fin estas larguísimas vacaciones. Hasta ahora, solo podía tomármelas cinco días al año.  ¿Qué que queréis que os diga?
Todo eso lo ha soltado de un tirón y se ha ido con una gran sonrisa, con una cesta llena de huevos y un paquete de magdalenas.
SAAG ALOO - guiso hindú

Yo he pensado que mi suegra también le da las gracias al encierro porque sus hijos ya no la atosigan con aquello de - Tienes que salir todos los días un rato, mamá. Id María y tú por aquí cerca a tomar el aire y el sol. Este camino es cómodo para la silla de ruedas. Vives en una zona peatonal. No hay coches. Hay bancos y niños jugando a la pelota. Mira, mamá, tienes que salir. 
Ahora ya han dejado de repetirle esta cantinela y ella está feliz viendo la tele todo el día, como a ella le gusta.
Dorada al horno

Yo no puedo decir que me guste este encierro. Es más, estoy al borde de la depresión  o de un ataque de nervios, como la mayoría de mis conciudadanos, creo. 
 Pero...
Tortitas de calabacino
Pedro ha descubierto, o yo he descubierto, su autentica afición por la cocina. Antes solamente cocinaba algo especial  en ocasiones especiales: choto al ajillo, 'cake aux olives', tomates rellenos, y amablemente siempre se ofrecía a hacer de pinche y me picaba todo lo necesario para los sofritos: ajos, cebollas, tomates, pimientos. Pero solo era mi ayudante. 
Ahora, hace guisos cotidianos y ¡le salen estupendamente!
Sofrito

Hoy ha preparado una dorada al horno. Si no está más rica es porque la pobre dorada ha estado más de tres semanas en el fondo del congelador, desde que vino en el  último pedido online del Carrefour, y tenía los ojos muy tristes. Pero las alcachofas a la montillana o confitadas, los espárragos esparragados, el tajine de pollo, las tortitas de calabacino, la ternera a la cerveza, el 'Saag Aloo' y todos los demás guisos que lleva haciendo estos días le han salido tan sabrosos y tan ricos, que le he nombrado cocinero oficial de esta casa. Y él ha aceptado mi nombramiento con una sola condición.  Ha dicho,

"NO ENTRES EN LA COCINA MIENTRAS YO ESTÉ GUISANDO."

Me parece que no quiero espías, controles, ni testigos de sus éxitos o fracasos. Por mi, le dejo toda la cocina para él solo. Jeje… lo siguiente es que sea él quien decida también los menús y por supuesto se encargue de las compras. 

Como os decía, este encierro tiene sus cosas positivas también.
Tajine de pollo

miércoles, 15 de abril de 2020

Erase una vez ... La Medina de Marrakech

Ropa para Pili
Varias ONG de la ciudad se han unido para ayudar a la gente sin techo y los han reunido en el Palacio de Deportes.

Mi prima Pili, que está de voluntaria con una de estas ONG, me dijo que necesitaban ropa cómoda para estos días que estarán allí confinados. Me preguntó si tenía zapatillas, pijamas, chándales, camisetas y, sobre todo, ropa interior toallas y sábanas.

Como estoy de limpieza de armarios y cajones desde que nos encerraron en casa, tenía ya varias bolsas de ropa para regalar. Seleccioné lo que mejor se adaptaba a sus necesidades y le dije que pasara a recoger las bolsas.

El domingo pasado vino a recoger la ropa. Nos dio mucha alegría de vernos, aunque fuera manteniendo las distancias y solo unos minutos, lo justo para llevar la carga a su coche, que ya estaba hasta arriba de cosas que había ido recogiendo. Ella me dio las gracias por todo. En realidad, yo se las doy a ella, por su trabajo de voluntaria, por su eterna sonrisa y porque me ha limpiado los armarios y  los cajones de cosas que ya no utilizábamos y ocupan espacio. 
Puse el almizcle en la caja de los pañuelos

Como me ha dado por arreglar y ordenar, hoy he vaciado mi caja de los pañuelos, los pañuelos de cuello, claro, - ya solamente mi madre y Pedro usan pañuelos de tela.


Cuando abrí la caja, el olor de los pañuelos me ha traído a la memoria un cuento sucedido en la Medina de Marrakech. 
Pensareis que ahora me ha dado por viajar al pasado, en vez de vivir en el presente. Pero, ¿qué queréis que os diga? Este presente es bastante incierto y quizás muy peligroso. 
Pienso que es mejor recordar cuando viajábamos y cuando estábamos juntos y confiar en que pronto volverá a ser así. 
Mientras, yo recuerdo mis viajes de antes, sobre todo si van acompañados de olores o sabores.  Para mí algunos olores siempre estarán conmigo, y el olor de la piedra del cuento, del almizcle guardado entre mis pañuelos, será eterno.

ESTE ES EL CUENTO:
El muchacho llegó corriendo a nuestra mesa: Yo soy el guía que la agencia les ha prometido. Yo iré con vosotros todo el día. Yo, vuestro amigo. Yo conozco los mejores sitios para comprar. Vamos. Es tarde.

Marrakech
Calles de la Medina de Marrakech
Durante la mañana nos habíamos perdido en la medina de la ciudad, en un laberinto de callejuelas con puestos de especias y de tenderetes donde nos ofrecían ropa, alfombras, tapices, antigüedades, colgaduras, tintes, cestos, espadas, lámparas, cántaros, mesas de latón, joyas, cinturones, túnicas, pañuelos, sombreros, chilabas, babuchas,  comida,  perfumes. Estábamos ya un poco mareados, pero dispuestos  a aprovechar nuestra visita a la ciudad.
Ya era por la tarde y el muchacho nos metía prisa sin parar de hablar, ni de andar y al mismo tiempo regateaba por nosotros en cada lugar donde parábamos  para examinar y quizás comprar alguno de los objetos que nos ofrecían. Pero él nos quitaba a todos los vendedores: - No buen precio. Yo te llevo con mi amigo, decía siempre. 
Joyas de la Medina
 En el puesto de su amigo compramos unas cajas de madera de teca, unos collares, unas pulseras de plata labradas , un juego de vasos de té y unos espejos de pared. 
Cuando ya le habíamos pagado y nos estábamos despidiendo de él, el muchacho no nos dejaba marchar. - Yo quiero enseñar algo diferente, algo nuestro. Yo, vuestro amigo,  repetía una y otra vez. - Yo os llevo a la farmacia árabe.
Llegamos a un puesto algo especial y nos hizo pasar al otro lado del mostrador. En un pequeño cuarto muy poco iluminado se adivinaban  unos estantes de madera abarrotados de tarros llenos de piedras, raíces, tierra y polvos de cientos de colores y olores.
 El hombre que atendía la farmacia nos hizo sentar en unos taburetes y nos explicaba sin ninguna prisa y en su media lengua para qué servían aquellos productos. Abría los tarros y nos dejaba olerlos, tocarlos y sentirlos todo el tiempo que quisiéramos. - Tú mira, toca, huele. No prisa.
Nos emborrachó con los aromas y colores que salían de los tarros y con los sonidos confusos que él emitía y que nos llegaban de la radio y de la calle. En la mortecina luz de la habitación relucían las pieles de las serpientes, las piedras de ámbar y almizcle y los amuletos de plata y oro: la mano de Fátima y los collares y cinturones de las novias.
Nos contaba leyendas que venían del fondo del desierto, nos explicaba los ritos de curación de enfermedades ancestrales, nos envolvía en su cháchara peligrosa y nos dejaba caer en el fondo del pozo de donde sacaba su sabiduría. 
La farmacia
Sobre una gran mesa donde había ido poniendo los tarros que abría despacio para mostrarnos su contenido, colocó poco a poco, sin darnos cuenta, unas piedras escogidas especialmente para nosotros, unos trozos de raíces y unas hojas secas. Hizo dos montones que envolvió en papel de periódico. - Para las mujeras, dijo, y nos los dio junto con una bolsas de hojas de té verde. Son 500 dirhams. Sin pronunciar ni una palabra de regateo, le pagamos y salimos de nuevo al laberinto.
Nuestro guía había desaparecido. Era de noche y los puestos estaban cerrando. Todos volvían a casa. La ciudad se apagaba. Nosotros no sabíamos aún qué había pasado. Llegamos a la plaza aturdidos, mareados y nos sentamos a tomar una limonada con menta en un cafetín allí cerca. Yo pedí un thé à la menthe

Mientras esperaba que el té se enfriara un poco, abrí el paquete. Había pagado por nada. No había nada, solo piedras sucias y rugosas, hojas secas, raíces podridas.  No podía creer el timo.
Plaza de Yamaa el Fna al atardecer
 Miré alrededor. A la luz de los candiles, los hombres empezaban a hacer corros y a escuchar a los encantadores. Vi a uno que sacó una serpiente del cesto y la hacía bailar con una flauta, otro contaba cuentos gesticulando y moviendo las ajorcas.
 Los paseantes los escuchaban un rato, les dejaban unas monedas y seguían su camino.
Nosotros volvimos al hotel. Sentimos que un muchacho y un mancebo de botica nos habían encantado y ya habíamos oído bastantes cuentos.
  
De este viaje hace ya 20 años. Pero la piedra de almizcle sigue en la caja de mis pañuelos y chales emanando su aroma. ¡Ya le vale, pague 500 dirhams por ella!