jueves, 30 de octubre de 2025

Nada es igual

     The house is not the same since you left

The house is not the same since you left

The house is not the same since you left
the cooker is angry - it blames me

The TV tries desperately to stay busy

but occasionally I catch it staring out of the window

The washing-up's feeling sorry for itself again

it just sits there saying

'What's the point, 'What's the point?'

The curtains count the days

Nothing in the house will talk to me

I think your armchair's dead

The kettle tried to comfort me at first

but you know what its attention span is like

I've not told the plants yet

they think you're still on holiday

The bathroom misses you

I hardly see it these days

It still can't believe you didn't take it with you

The bedroom won't even look at me

since you left it keeps its eyes closed

all it wants to do is sleep, remembering better times

trying to lose itself in dreams

it seems like it's taken the easy way out

but at night I hear the pillows

weeping into the sheets.                   

Henry Normal  - English poet and TV producer 

Os traigo un poema triste y divertido a la vez. Espero que os guste.  Aquí está es la traducción al español:

La casa no es la misma desde que te fuiste

La casa no es la misma desde que te fuiste.

Las tardes no son lo mismo tampoco

La cocina está enfadada, me echa la culpa.

La tele intenta desesperadamente mantenerse ocupada,

pero a veces la pillo mirando por la ventana.

El lavavajillas se compadece de sí mismo continuamente; se queda ahí sentado diciendo:

«¿Para qué? ¿Para qué?»

Las cortinas cuentan los días.

Nada en la casa me habla.

Creo que tu sillón está muerto

Creo que tu sillón está muerto.

La tetera intentó consolarme al principio,

pero ya sabes cómo es su capacidad de atención.

Todavía no se lo he dicho a las plantas;

creen que sigues de vacaciones.

El baño te echa de menos;

apenas lo veo últimamente.

Todavía no se cree que no te lo llevaras.

El dormitorio ni siquiera me mira; desde que te fuiste mantiene los ojos cerrados.

Lo único que quiere es dormir, recordando tiempos mejores,

intentando perderse en sueños.

Parece que ha optado por la salida fácil,

pero por la noche oigo a las almohadas llorar entre las sábanas.

sábado, 11 de octubre de 2025

Herencias

 De mi tía María, mi madrina, heredé la máquina de coser. De su hermana Pilar, mi abuela, heredé el nombre y el mobiliario de mi dormitorio - pero eso es otro capítulo de esta historia.

La SINGER de mi madrina

El primer apellido de ambas lo utilicé como nick en mis primeras cuentas de Internet, Micheo. Ya sé que los apellidos se heredan de los padres, y este, en realidad, era el de mi abuela, pero cuando decidí usarlo en Internet lo hice como homenaje a mi madrina, a la que yo quería desde lejos porque cuando era pequeña me hizo buenos regalos para el bautizo y la primera comunión y me mandaba quinientas pesetas cada día de mi cumpleaños. Dinero que mis padres ingresaban en una cartilla año tras año, hasta que, cuando cumplí los 18, decidí usarlo para hacer un viaje. Como no me daba para mucho viaje,  lo empleé  en unas botas de piel marrones, de tacón alto y de caña alta, buenísimas y carísimas, que me duraron muchos inviernos y con las que yo me sentía más elegante que Nancy Sinatra cuando cantaba su famosa canción.

Heriot Watt University


Hubo otras botas, estas fueron otro regalo, pero de mi primera suegra, que destrocé durante su segundo invierno, cuando me las puse para ir a clase el mes de enero que me dieron la beca para estudiar en Edimburgo. Yo vivía junto al parque Meadows, que en esos días estaba  totalmente cubierto de nieve, y tenía que andar hasta  Chambers  St donde estaba mi facultad de Traducción de la Universidad Heriott Watt justo frente al National Museum of Scotland, donde yo pasaba horas muertas viendo los esqueletos y los objetos colgados del techo porque yo pensaba que no había ido hasta Escocia para estar encerrada en una sala de estudio traduciendo los artículos de EL PAÍS, DIARIO 16  y otra prensa, sobre el escándalo del aceite de colza desnaturalizada.  

Edimburgo - una foto de Tere

Con esos paseos diarios, mis botas se hicieron pedazos. Eran otras botas elegantes  que no estaban pensadas para andar sobre la nieve, pero es que mi primera suegra tampoco pensaba que yo fuera a viajar tan lejos (¡como si su hijo se quedara siempre en casa!) .

En Edimburgo, en mi piso de estudiante, descubrí que había que echar monedas al calefactor para que funcionara, y poner monedas en un tarro para llamar por teléfono y utilizar solo una balda del frigorífico. Allí también  descubrí que lo peor que le puedes hacer a unos zapatos mojados es ponerlos  a secar junto al radiador. Le salió un agujero en cada suela y el zapatero de  Kirk Road me dijo que ya las podía andar tirando, pero me lo dijo en inglés, claro.

Con la máquina de coser que heredé de mi madrina, me convertí en novelista.  Era una SINGER del siglo XIX maravillosa que se podía plegar sobre sí misma y cubrir con su tapa. Primero aprendí a usarla porque mi madre no me había dejado que usara la suya para aprender a coser a máquina, porque decía que le torcíamos las agujas,  le enredábamos las canillas y le perdíamos los hilos.

Con mi propia máquina SINGER hice un mantel, seis servilletas y dos cojines.  Luego la plegué y le puse encima un gran tablero sobre el que coloqué  primero mi máquina de escribir, que también fue una herencia, pero esta de mi padrino, y más tarde puse encima el ordenador. Como el monitor era tan grande y pesado tuve que ponerle  unos listones al tablero para que se quedar bien fijo sobre la máquina de coser. No quería que estuviera mal equilibrada y todo aquel tinglado se viniera bajo y se hiciera trizas como me pasó con la mitad de la vajilla cuando la puse en la mesa de la cocina que se desarmó al hacer mal la distribución de la carga. Claro que la culpa la tuvo aquella moda progre de hacer mesas con dos frágiles caballetes y un tablero de poca monta. ¡Yo no calculé que para poner la vajilla encima tuviera que estudiar alguna lección de física!

Así que con la máquina de coser, el tablero y la máquina de escribir empecé a escribir cuentos, artículos y algún poema. Dejé  la novela para más tarde.

Pero pronto encontré la inspiración en un cajón de la máquina cuando por fin decidí ver qué más cosas aquella maquina guardaba para mí, además de las canillas, el aceite para engrasarla, las agujas de repuesto, la lamparita que se atornillaba para poder ver bien la costura y los artilugios que mi madrina utilizaba para hacer jaretas, ojales y fruncidos.

En uno de los cajones encontré una carta, escrita en buen papel,  a tinta y con letra picuda. Fechada en agosto de 1953. Era un carta de pésame. Nadie me supo decir quién era la difunta y de quién era la firma. Pero así empiezan las novelas.