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También fuimos a Londres - Rafa nos hizo esta foto
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Tengo ahora justo la misma edad que tenía mi
madre cuando vino conmigo de intercambio a Inglaterra. Ella, que estaba dispuesta a ir de viaje al fin del mundo aceptó mi propuesta de acompañarme durante las dos semanas que duraba la estancia de mis alumnas en Inglaterra con una de sus frases lapidarias: -- Creía que nunca me lo ibas a pedir.
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Como dos inglesas en Henley-on-Thames
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Yo la veía mayor, la
verdad, y la veía cansada para aguantar un viaje tan intenso cuidando a veinte chicas
adolescentes en un intercambio escolar, pero la que acabó agotada, exhausta y sin fuerzas fui yo.
El colegio
nos alojó en una casa siniestra destinada a visitas de segunda categoría. las importantes se instalaban en el edificio principal, cerca de las habitaciones de la directora. Mi madre no comprendía cómo un internado tan caro podría mantener esos edificios tan antiguos, donde los accesos por la noche, cuando las cancelas generales del colegio se cerraban, eran un laberinto oscuro y tortuoso. --Deberíamos haber traído una linterna, -decía cada noche cuando volvíamos a 'nuestra casa'. A mi no me importaba vivir en aquel lugar; nuestro apartamento tenia todo lo necesario y además estaba mas cerca de las casas donde vivían mis alumnas.
La primera semana fue agotadora porque
teníamos actividades con el grupo de chicas todos los días y a ella le
cansaba la cháchara eterna de las chicas y la energía con la que disfrutaban de nuestras excursiones. Hasta que llegó el día de la excursión programada a Londres y dijo que no se vendría con nosotras. Ese día la dejé sola en el apartamento con la llave y dinero en libras. Yo ya le había enseñado
donde estaba la iglesia católica y el centro comercial y cómo salir del laberinto del colegio.
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Cosiendo en nuestro apartamento
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Cuando volví por la noche agotada después de un día completo con las chicas en Londres, con trenes, metros y recorrido en el autobús turístico, además de las visitas de rigor raudas y por encima al Museo Británico, a la National Gallery y a los puentes del Támesis, ella
estaba fresca como una rosa descansada y cosiendo o quizá tejiendo un
suéter para un futuro nieto y me contó su jornada en la ciudad. Había ido a misa a la parroquia católica y
había estado hablando con el párroco en no sé qué idioma. Éste la había saludado al acabar la misa cuando reconoció que era una feligresa nueva y ella, que era muy
dicharachera y muy charlatana, seguro que algo le respondería y se entendieron porque
ambos eran cristianos felices.
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La reina del Castillo - nuestro coelgio
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Fue a una mercería a
comprar 'las mejores agujas de coser', que son las inglesas. También compró unos ovillos de lana y agujas de punto
para hacer un jersey de bebé. Allí la entendieron bien, claro que la chica
que la atendió era argentina. |
King's College -Cambridge |
No acabaron allí sus conversaciones; se sentó
en un banco en el parque a descansar y tomar el sol y estuvo
charlando con una señora inglesa un buen rato. Me contó que intercambiaron recetas de cocina. ¿En qué extraño idioma hablarían?
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Su única visita a un McDonald's
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Pero sí
que vino con nuestro grupo de chicos y chicas cuando fuimos a visitar el Castillo
de Warwick y también vino a Cambridge aunque esta visita fue muy caótica y la
comida fue terrible. Tras visitar el King's College y algún museo, acabamos en un McDonald's un sitio en el que nunca había
entrado y nunca volvió a entrar en su vida. No le gustó nada, y llevaba razón: la comida fue horrorosa.
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Patio del Castillo de Warwick
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En el Castillo
de Warwickcomimos mejor pero solo porque
regalamos nuestro packed lunch a las chicas y yo pedí a Geoffrey, el profesor inglés, que nos
llevará a comer al restaurante del castillo. Macario, mi compañero de Instituto que acompañaba a los chicos, siempre me agradeció mi gesto de fuerza, pero es que yo ya necesitaba una buena comida y un poco de descanso y sin
embargo mi madre no se quejaba y aguantó aquella visita interminable por los
tétricos pasillos de un castillo restaurado para turistas lleno de maniquíes
y figuras de cera que reproducían la vida como había sido tres siglos atrás.
Hasta los caballos parecían auténticos porque cuando pasábamos por lo que había
sido los establos, el olor a estiércol,
a paja y a orines de los caballos se sentía por todos los sitios y las figuras
se movían de tal manera que a mí una de ellas me asustó y pensé que era un
fantasma.
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Junto a la sala de profesores -Puro otoño inglés
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Creo que ella disfrutó mucho de aquel viaje, aunque durante nuestra estancia en el colegio solo pudiera hablar conmigo, y yo no podía hacerle caso todo el tiempo porque tenía que dividirme entre atenderla a ella y cuidar de mis chicas.
Pero todo le parecía bien y le gustaban las excursiones, la visita a Londres a ver a sus sobrino Rafalito, los paisajes de otoño ingleses, el día que nos invitaron mis amigos John y Maricarmen a comer con ellos en Eton, e incluso las comidas inglesas en el comedor del colegio rodeadas de cientos de escolares charlatanas.
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Fuimos a ver a Rafalito, que estaba de Erasmus
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Aunque ella no podía hablar con las profesoras del colegio no le importaba; la verdad es que ella no necesitaba que nadie
le dijera nada ni que le contestarán en su charla interminable. Ella me hablaba y
hablaba y hablaba y hablaba y hablaba y hablaba y hablaba y hablaba y hablaba
una conversación sin fin en la que ocupaba el día entero y cuando terminaba el
día yo no sabía donde tenía la cabeza ni sabía de qué había estado
hablando. Sí, yo acabé intoxicada de palabras y agotada, pero también contenta de haberla invitado a este largo viaje.