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El camino de regreso de la playa |
Cuando
volvíamos de la playa ayer me fijé en que junto al cementerio de un
pueblo del Valle de Lecrín habían construido un par de casas modernas. Desde la autovía
se veía un cartel muy grande en una de ellas: VELATORIO. Curioso nombre:
en mi pueblo, como en todos los pueblos y ciudades por aquí cerca, hay
tanatorios pero lo de velatorio o - velorio- como se decía antes a lo de
acompañar la familia del difunto, es algo antiguo, algo que se hacía en las
casas, y que ahora se hace en el Tanatorio.
El cartel me
recordó otras ocasiones en que he pasado algunas horas junto a un difunto, o
junto a la familia del mismo.
Mi tía Dora
solía contar que nunca se había reído más en su vida que en el velatorio de su
padre. Algunos amigos que estaban acompañando a la familia se pusieron a contar
chistes y no pararon en toda la noche y ella, con los nervios de sentir que
debía estar llorando, no podía parar de reír con las ocurrencias de aquella
gente.
Yo no estuve
en ese velatorio con ella pero cuando murió Luisa, la madre de Ramona mi
vecina del segundo, fui con mis dos hermanas al cementerio a acompañar a la
familia. Yo me había sentido un poco forzada a estar allí; conocía a Ramona,
pero poco a su madre que llevaba mucho tiempo enferma y estoy segura de que
ella me confundía con cualquiera de mis hermanas.
Al final pasamos una de esas noches memorables
en la que nos reímos con todas nuestras fuerzas con las historias que nos contó
Antonia, la hermana de la difunta, sobre su abuelo, el abuelo de Luisa y
Antonia. Yo calculé que estas dos hermanas debían rondar por los ochenta y
tantos años largos, así que me pregunté en qué momento remoto del pasado habría
sucedido la historia que ahora nos contaba esta mujer.
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La misa en el pueblo
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"Nuestro
abuelo se crió en la familia más religiosa de su pueblo, tanto que todos sus
miembros asistían diariamente a la misa de diez en la parroquia y llevaban con
ellos a todas las criaturas de la casa, grandes y pequeñas. Cuando los mayores
se acercaban a comulgar hacían turnos para que siempre se quedara un familiar con
los críos en el banco. Nunca se les había ocurrido dejarlos en casa. El abuelo
era uno de esos pequeños y siguió cumpliendo con las tradiciones religiosas de
su familia hasta que se alejó del pueblo y de su familia para ir a hacer el
servicio militar" - nos contó Antonia.
Antonia nos
dijo que lo enviaron al norte a luchar contra los Carlistas. Si hago cálculos de su edad y de
los posibles 20 años de su abuelo quizás podría deducir de qué guerra Carlista
estaba hablando, pero en el fondo da exactamente igual: todas las guerras son
iguales, carlistas, civiles o inciviles. Porque el
abuelo volvió de la guerra convertido en otra persona. Todo lo que había
sufrido, lo que había vivido y lo que había visto en el ejército, en la
población civil y, sobre todo, en la iglesia, le había cambiado radicalmente.
Se declaró ateo y anticlerical. No quería volver a saber nada de la religión ni
de la iglesia y así lo explicó a todos los que quisieron escucharlo.
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Este chiste de Forges se publicó en el diario EL PAÍS el día 26 de marzo de 2006, el día que ETA declaró una tregua, que
posteriormente rompió |
Así pasó su
vida, siguió viviendo en el pueblo y pasaron los años. Ya mayor cayó enfermo y pasó
mucho tiempo en la cama. Era evidente que se estaba muriendo. Cuando sus
hermanos vieron que ya ni hablaba, ni conocía los que estaban junto a él y parecía
haber perdido la consciencia, decidieron llamar el cura para que le
administrara los últimos sacramentos.
Toda la
familia rodeaba la cama del abuelo, de rodillas rezaban pidiendo a Dios por la
salvación de su alma. El cura rezaba sus oraciones y se acercó al enfermo con el hisopo levantado para
ungirlo con los santos oleos.
En ese
momento el abuelo alzó su mano y agarró con todas sus fuerzas el brazo del
sacerdote que se disponía a dejar caer sus oleos. Hecho una fiera empezó a dar
grandes voces. - ¿Cómo habéis podido? No
quiero que se acerque a mí, ¡que no me toque! Fuera, Fuera, echadlo lejos de
aquí. ¡¡¡Fuera!!!
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Los misterios de la religión
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El cura
salió del dormitorio y de la casa como si hubiera visto al mismísimo diablo
resucitado y el abuelo se quedó tan tranquilo en su lecho de enfermo. A los
pocos días falleció.
Cuando la familia preparaba el funeral y el entierro, el
párroco se acercó por la casa a decirles que no pensaba dar sepultura al abuelo
en el cementerio porque no había muerto como un buen cristiano. Los hermanos hicieron llegar al párroco sus planes de emplear
el dinero que habían pensado gastar en el funeral, el entierro y las misas por
el alma del abuelo muerto, en comprar aceite, pan y comida para repartir a los
pobres del pueblo.
Poco tiempo tardó el párroco en volver por la casa familiar
para comunicarles que en atención a la probada religiosidad de todos ellos, el
abuelo sería enterrado en el panteón familiar como ellos tenían pensado hacer
al principio, y además se les dirían todas las misas que ellos estimaran
oportuno encargar.
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Cristiana sepultura
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—Faltaría más—, dijo – Ustedes son una de las familias mas
cristianas del pueblo ¿Cómo iba a ser de otra manera?"
Esa es la historia de la conversión del abuelo, como me la
contaron os la cuento- pero yo creo que debería haberla llamado ‘La conversión del cura’