—Quita un poco de
tierra y pasa el dedo por la patata. Si se 'suella',
es que todavía no está. Déjala más tiempo.
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Camión de las verduras
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Esta se suella fácilmente
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Eso me dijo el
hombre que vende la verdura en la furgoneta que hay todos los días junto al
centro de salud de Maracena, cuando le pregunté cómo podía yo saber si mis
patatas ya estaban listas para recogerlas. Él es mi asesor de asuntos agrícolas
y siempre le estoy haciendo preguntas de ese estilo.
Mientras el hermano recoge los calabacines, cebollas,
lechugas, tomates o lo que sea que en ese momento produzca el huerto que tiene allí cerca, el vendedor
despacha su mercancía a los paisanos que hacen cola o corrillo a su alrededor y
a los paseantes que volvemos de dar una buena caminata por la vega.
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En realidad es una furgoneta
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Ahora es el tiempo
de los tomates y los compramos de cinco en cinco kilos porque son tomates de
verdad, que saben a tomate de toda la vida y los hemos echado de menos durante
todo el invierno. También tenemos en estos meses las hortalizas de verano:
pimientos, cebolletas, ajos, berenjenas o calabacines; y está todo tan fresco,
tan recién cogido del campo,
que son
siempre una tentación. Al final compro kilos y kilos y acabo cocinando sartenes
de pisto que no nos vamos a comer y que yo congelo para cuando vengan las
visitas en verano. Lo mismo que hago con las habas, cuando es temporada.
Como me da un poco
de envidia del huerto de estos dos hermanos, he dedicado el trozo de jardín que
se quedó vacío cuando murió la palmera a cultivar algunos productos. Yo ya
tenía mi huerto de plantas aromáticas y de tomatitos cherry - recordad mi
jardin potager - pero ahora la cosa va más en serio.
Empecé con los ajos
y recolecté unas diez pequeñas cabezas de ajos. Luego las patatas, que aun no
están listas, y hace un par de meses
planté unas pequeñas matas de tomates que compré en el vivero y que empezaron a
crecer como la mata de judías del cuento. Yo no sé nada de horticultura, no
sabía que cuando las planté tenía que haber encañado las tomateras para que no
se rompieran las ramas, pero de pronto tuve que clavar cañas ente las matas
como si estuviera haciendo una empalizada y sujeté las ramas con unos pequeños
alambres. Ahora las matas están enormes y ya ¡¡dan tomates!!
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Las tomateras encañadas
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Pero sé que necesito
hacer un buen curso de jardinería y horticultura. Quiero cultivar más
hortalizas el año próximo y quiero entender a los campesinos de la Vega cuando les consulte mis dudas.
No quiero que me
suceda lo que me ocurrió con mis alumnos del instituto de Atarfe, IES Ilíberis. El primer año que estuve allí de profesora me sorprendió que algunos de ellos faltaron a clase durante dos semanas a finales de curso porque eran buenos alumnos, no de los que hacían novillos y era época de exámenes. Cuando volvieron al instituto les pregunté qué les había pasado. Ellos me enseñaron sus manos, las tenían completamente negras, la piel estaba curtida como el cuero. Me dijeron:
—Estábamos con el tabaco.
—¿El tabaco?
¿Vosotros hacéis ese trabajo tan duro?? — pregunté yo, asombrada porque no
tenían más de quince o dieciséis años.
—Bueno, nosotros, los más jóvenes, lo que
hacemos es 'estallar' el tabaco, no
recogerlo.
—Ah, estallar—.
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La planta y la flor del tabaco
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Se
me quedó cara de tonta pero no pregunté. Fue Silvia, la profesora de lengua
española la que me explicó que lo que hacían era quitarle las flores a las
grandes matas de tabaco para que las matas crecieran más grandes y además los
campesinos no se quedaran con las semillas; se lo prohibía la Tabacalera, que
les obligaba a comprarle a ellos las semillas. En realidad mis alumnos no cortaban las grandes plantas, ni las ponían a secar en los secaderos, lo que ellos
hacían era 'destallar' las plantas - quitarles el tallo.
El cultivo de tabaco en la Vega era muy común hace ya unos años y ellos ayudaban a sus familias cuando era la temporada. Ahora ya no quedan cultivos de tabaco y los secaderos están abandonados y en ruinas.
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Las plantas de tabaco en el secadero
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Secadero en ruinas
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Muchos años después
de aquello no he necesitado que Silvia me tradujera lo que podía pasarle a las
patatas; ya sé que si las recojo antes de tiempo, se desuellan, se pelan, como la piel que
roza con un zapato nuevo.
Como tampoco necesito las explicaciones de un
lingüista para entender a mi amigo el hombre de la verdura cuando me dijo hace unos días:
—No están malas, es que las espinacas con el
calor se afligen, pero son buenas.
—¡Pobres
espinacas!—pensé yo. —Sí que están
tristes, realmente parecen afligidas.
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El hombre de los espárragos
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El hombre que nos
vende los espárragos en su terreno también le aplica un peculiar vocabulario a
sus cultivos. Se ve que estos hombres miran con tanto cariño sus campos y sus
plantas que les dan propiedades casi humanas. Esta primavera pasamos un día
frío a comprar unos manojos de espárragos, pero no había muchos esa mañana. El
hombre nos lo explicó muy bien:
— Hoy no han salido
muchos. Hace frío por las mañanas y las plantas se acobardan.
A mí me gustaría
saber cultivar bien mi pequeño huerto, como hace esta gente del campo y
saber hablar tan bien como estos campesinos de la Vega.
¿Alguien me puede
decir dónde dan cursos para estas materias?