EL cielo naranja por la nube de polvo sahariano |
La he traído a mi blog para entreteneros en estas largas jornadas y porque esta mañana el desierto había llegado hasta la casa y la luz del sol tamizada por el polvo sahariano me trajo recuerdos del pasado.
Si queréis saber más cosas de nuestro año en Casablanca podéis leer este otro post antiguo de mi blog: Siempre nos quedará Casablanca.
"El primer impacto llegó con el
viento. Nada más aterrizar, ya vi el viento agitar los
carteles y los cables en la pista y por el camino a la ciudad. Los árboles del pequeño bosque que atraviesa la
carretera se movían amenazando caerse y cortar el tráfico y se veía a la gente correr buscando refugio.
Pero al llegar a la casa fue
cuando el aire caliente se hizo palpable, el viento se convirtió en polvo rojizo, era del color del desierto. La arena no solo se tocaba, se comía, se
metía por los ojos, los dientes y la ropa.
Desierto |
Estábamos en medio de un
autentica tempestad de arena sin estar en el desierto.
El cielo se estaba poniendo
rojo, el viento era rojo, la cara y las manos se me pusieron de color rojo. Yo me
preguntaba de donde podía haber salido tanta tierra.
Sin miedo, porque entonces no teníamos miedo, salimos a dar un paseo y hacer unas compras, pero nos sorprendió la tremenda fuerza del viento.
Sin miedo, porque entonces no teníamos miedo, salimos a dar un paseo y hacer unas compras, pero nos sorprendió la tremenda fuerza del viento.
En el desierto de Túnez |
Tuvimos que parar un momento
y entrar en un portal y solo agarrándonos a los postes de la acera dábamos unos pequeños pasos. No podíamos
cruzar la calle, era imposible avanzar.
Íbamos masticando y respirando piedrecitas,
nos tapábamos la cara con un gran pañuelo y nos reíamos de haber adquirido en
un momento el aspecto de los mismos beduinos aunque no teníamos camellos y
necesitábamos un taxi para volver a casa. Pero no había nadie, no había
trafico. Esperamos.
Marché de Noailles en Marsella - podría ser Casablanca |
Durante la semana anterior a
nuestra llegada, la Plaza de Mohamed V, toda la avenida principal y los parques
y jardines de la ciudad habían sido adornados para celebrar la fiesta nacional.
Había pancartas, banderas, mástiles, monumentos de latón y guirlandas de
bombillas de colores que cruzaban todas las calles.
Ahora todos estos adornos temblaban haciendo un ruido infernal. Volaban trozos de banderas y de postes y las bombillas se apagaban y saltaban en chispazos. El gran remolino de viento quería tragarse todos los restos de la fiesta. Los mástiles arrancados de sus agujeros se atravesaban por las aceras. Teníamos que andar con cuidado de no tropezar con algo que caía del cielo o se levantaba del suelo.
Adornos por las calles en Malaga |
Ahora todos estos adornos temblaban haciendo un ruido infernal. Volaban trozos de banderas y de postes y las bombillas se apagaban y saltaban en chispazos. El gran remolino de viento quería tragarse todos los restos de la fiesta. Los mástiles arrancados de sus agujeros se atravesaban por las aceras. Teníamos que andar con cuidado de no tropezar con algo que caía del cielo o se levantaba del suelo.
Arena |
El viento en la playa |
Los destrozos en la decoración de las calles recordaban a la desbandada de un ejército en retirada, derrotado en la batalla. Pero había sido una pelea desigual.
Llegamos a casa y cerramos
todas las ventanas. Tras los cristales se oía al viento sentirse el dueño de
toda la ciudad y de todos sus habitantes: hombres, animales y plantas.
El polvo del desierto también llega a nuestro patio |
El viento nos obligaba a
encerrarnos y dejarle toda la ciudad para que él se paseara libremente a su
antojo entre las flores arrancadas y los cubos de basura tirados por el
asfalto, entre las casas y las calles y también intentaba meterse en casa con
nosotros por las rendijas de las puertas y ventanas. Por los respiraderos del
cuarto de baño y de la cocina se le oía aullar como a un alma en pena.
La Gran Mezquita de Casablanca |
Y esperamos, como se aprende a
esperar en este país: mirando al infinito, con un vaso de té entre las manos y
una conversación que languidece poco a poco y no se termina nunca. Como si el
viento, los días que pasan, el sol que se levanta y se pone y las flores que florecen
en cualquier lata de aceite, fueran acontecimientos sin principio ni fin, eternos,
y por tanto, tratar de encontrarles un límite temporal fuera algo impensable
que ni siquiera merece la pena plantearse. Todo es como está, como lo ves, como
está dispuesto. Y si no te gusta el viento, espera. Y esperamos.
Con una paciencia que nunca
habíamos tenido ocasión de poner en práctica, permanecimos dos días sentados dentro de la casa,
contemplando desde la ventana el aire rojo de la arena y la ciudad
amenazada por un posible vuelo repentino.
Esperando |
Esperábamos como si aquello fuera un sueño que nos envolviera arrastrándonos en un largo viaje. ¿A dónde iríamos? ¿Donde colocaría Alá a esta ciudad transportada por el viento? ¿Nos llevaría el polvo con él de regreso al desierto?
Hubo un poco de calma y
aparecieron las nubes negras y la lluvia.
Cerramos los ojos un momento y todo había cambiado. Ya no había cielo rojo, ni nubes rojas.
Al salir sonreíamos; ahora
entendíamos un poco mejor su forma de vestir y su paciencia infinita. La lluvia
limpió la ciudad y vimos que ésta había permanecido en su sitio. Estaba donde
siempre, a la orilla del mar y muy lejos del desierto.
Pero nosotros seguíamos, a
pesar de todo, viviendo lejos de la ciudad y lejos de la gente que en ella
vivía. Por unos momentos el viento nos había acercado a la ciudad y a sus
gentes. Al parar, volvimos a ser distintos."