
Mi abuela, la de Linares, sabía muchas cosas y decía cosas muy raras, como lo de los chicles o lo de la coca-cola.
Lo de las ajorcas me lo dijo porque yo no encontraba esa palabra en el diccionario un verano que me leí, en el patio con el fresquito de las tardes a la hora de la siesta, un libro de Rabindranath Tagore que andaba rondando por la casa. Creo que era el Cartero del Rey. Ella si que sabia lo que eran las ajorcas. A mi nunca se me olvidó.
Y mi abuela también les daba de comer a las gallinas una mezcla de serrín, salvado y agua que hacía en un cubo de zinc y que los nietos echábamos luego en puñadillos por todo el corral mientras ella recogía los huevos y los ponía muy ordenaditos en una cesta para venderlos a los vecinos que no paraban de llegar por su casa en todo el día.
Ahora, que me ha dado por cuidarme un poco, me acuerdo de mi abuela todos los días. Creo que se quedaría de piedra si viera que desayuno lo mismo que su gallinas: un poco de salvado remojado en leche.
A veces pienso que estamos un poco majaras.
¿No os parece??