Hace unos días se celebró el DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER y por eso he recordado este cuento que escribí hace muchos años.
Nadie ve a la mujer invisible, nadie la oye, nadie la puede tocar, nadie siente el olor de su perfume, nadie le ofrece un asiento en el autobús cuando entra cansada, nadie le pregunta qué desea en la tienda, ni le pregunta qué quiere tomar cuando se acerca a la barra de un bar, ningún coche se detiene cuando ella quiere cruzar por el paso de cebra.
Nadie le dice, ¿Me puede acercar ese impreso, por favor? Nadie le pregunta si es la última en la cola, nadie le ha dado la carta en la mesa del restaurante para que elija lo que va a comer, y cuando los demás piden sus platos nadie escribe lo que ella desea tomar.
Nadie la oye o la escucha y por eso ella cree que habla sola. Nadie le pregunta su opinión; aunque ella escucha las de todos. Por eso, aunque nadie presta atención a lo que ella dice, ellos sí saben que hay una sombra frente a ellos que los está escuchando.
Nadie siente su aroma, nadie le pregunta qué perfume usa; llevó a la tienda el frasco de colonia que recibió de regalo en Navidad para devolverlo porque no desprendía ningún aroma. El encargado de perfumería debió de pensar que era una señora histérica y menopaúsica mas, como tantas otras que el ya tampoco veía.
Ella se mira en el espejo cuando se peina y se maquilla, pero sabe que ni siquiera el espejo le devuelve su cara. Lo hace por costumbre y piensa, mientras se pasa el cepillo por el pelo, que se estará volviendo vampiro y por eso ella tampoco se ve en el reflejo.
Nadie se ha dado cuenta de que su abrigo ya no es el gris de siempre. Ahora lleva uno rojo que nadie le ha visto; sus pantalones de cuero negro no reflejan la luz de la sala, y parece que sigue con sus viejos vaqueros. Sus botas de punta afilada color burdeos, con un gran tacón también afilado no han llamado la atención de nadie
Nadie le ha preguntado a dónde fue el fin de semana. Nadie le pide consejo sobre libros, ropa, conciertos y películas. Nadie sabe que ella también se interesa por la cultura.
Los libros que ella lee, no existen. Los cuadros que ella ve no están en las exposiciones habituales. Los conciertos a los que ella asiste solo son música que suena en su cabeza. Y las películas que a ella le gustan no están al alcance del mando a distancia, cuando algún día consigue retenerlo más de un minuto.
Ella sabe que es trasparente y ya se ha ido acostumbrando poco a poco.
Ella elige la comida que va a guisar pensando en los que van a venir a comer, como si ella ya no comiera; y compra las revistas según los gustos de los que van a ojearlas como si trabajara en la consulta de un dentista.
Los floreros y adornos con los que decora en el salón de su casa tampoco existen. Si cambia el lugar de las jarrones, figuritas o marcos de fotos para ponerlos a su gusto, otra persona decide que no es esa su posición correcta e insiste en poner los objetos simétricamente, como deben estar. Como si el gusto de ella no fuera el correcto.
A veces ha probado a ponerse durante muchos días seguidos diferentes pendientes en cada oreja o calcetines de colores diferentes; pero nadie lo ha notado.
Una vez se pintó el pelo de rojo y tampoco la vieron. Era tan diferente que ya no era ella, ni siquiera así vieron a la mujer invisible. Vieron a otra mujer.
La mujer invisible no se queja. Así está mas tranquila, y es más feliz. Ya no tiene que preocuparse por ponerse elegante para ir al trabajo. Si preguntas mañana a sus compañeros qué ropa llevaba hoy, nadie te lo podrá decir: falda, pantalones, el conjunto gris,…no se. Tampoco tiene que preocuparse por emparejar los calcetines o los pendientes, ni por llevar el coche sucio o los zapatos con polvo.
Fantasma en el aeropuerto |
El fantasma del tren |
Llevó a la fiesta de fin de año un nuevo vestido de tirantes que le descubría la espalda; nadie le vio la espalda. Todos se empeñaban en tapársela con un chal que llevaba sobre los hombros y que ella procuraba dejar caer. Como en aquella fiesta a la que fue con quince años y, rodeada de personas mayores, nadie le pasó un canapé y nadie la sacó a bailar. Ella ya no se pone triste como entonces, porque ahora ya sabe que no sabe bailar y que si no come mantiene su línea mejor. Pero ahora siente también que estaría más cómoda sentada en el sofá sin tacones ni tirantes.
Ella se queda sola, pero ya no está tan sola. Antes pensaba que había amigos alrededor y que ella también podría contar sus cosas. Ahora no le importa porque sabe que ella no está sola, porque no está allí; si nadie la ve, si nadie la escucha, si nadie la siente, si es transparente, si no tiene olor, ni tacto, ni sabor, ni vista, ni palabras que decir, es porque ya no existe.
Porque ella ya se ha convertido en el fantasma que siempre temió ser. Tu no la ves, pero ella sigue ahí. Ella sí te ve a ti.
Uff...Da un poco de miedo. Yo lo enfoqué de forma más optimista.
ResponderEliminarSi, es un cuento de miedo. Es verdad. ¿Donde está el tuyo?
EliminarYo tengo poco cuento... La narrativa no se me da.
EliminarLO tuyo es más la crónica. A mi me pasa igual. Solo de vez en cuando me sale un cuento.
EliminarUffff... Qué triste y qué duro.
ResponderEliminarY tienes que corregirle cosas.... Jaja ja.
Los cuentos son así, a veces tristes, a veces, a legres. Como la vida misma.
ResponderEliminarExcelente cuento, me dejo impactado
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