viernes, 26 de enero de 2018

Yo tambien quiero despedirme de ella

Hoy, en el IDEAL digital he leído esta noticia

Si no vivís en Granada, es difícil que sepáis quien es esta señora, Encarna, que solo tiene o tenía nombre, porque no necesitaba apellido. Pero si soléis pasear por esta ciudad, sobre todo por la Romanilla y por Puerta Real o la calle Mesones, entonces tenéis que conocerla. Puede que no tuviera apellido, pero tenía una larga vida, muchos hijos y nietos y siempre mucho trabajo. Sobre todo tenía muchas ganas de conversación y la mayoría de las veces un gesto amable y una buena carcajada.
Encarna rodeada de sus flores

No hacía falta más que acercarse a ella a comprarle nardos, alhelíes, claveles, margaritas  o la flor de temporada que ella quisiera llevar en su carrito.

Unos años atrás también vendía las primeras fresas en primavera, los higos chumbos pelados en verano , y en invierno, las zambombas.  

Grandes contrastes

Vendiendo zambombas en la calle Mesones en Navidad 2006

Solo con saludarla, preguntarle qué flores tenía, o sencillamente cómo iba la vida, ella seguiría la conversación. 

Muchas mañanas, cuando yo salía de paseo con mi madre,  nos acercábamos a su puesto a comprarle flores; las dos señoras., mi madre y Encarna, se conocían desde hacía muchos años y siempre tenían tema de qué hablar, así que echábamos un buen rato de charla con Encarna en la esquina de la plaza de la Romanilla, justo al lado de mi puesto favorito para comprar verduras, legumbres, frutos secos y especias.

Guapas

Encarna y mi madre , dos señoras guapísimas



Nardos, chumbos, frambuesas y serbas - El puesto de Encarna

She only let me take a pic of her hands
¡Solo de las manos!


Tengo que agradecerle a Encarna la paciencia que siempre tenía conmigo cuando le pedía permiso para hacerle unas fotos, aunque en una ocasión solo me dejó hacerle unas fotos a sus manos, y a su delantal, claro. 

Pero lo que más me gustaba de ella, aparte de tirarle de la lengua para que me contara anécdotas de su vida, historias de su gran familia y que que no pensaba jubilarse nunca porque no quería encerrarse en su casa, era su cara, sus arrugas, su moño perfecto y, por supuesto, su eterna sonrisa.

ADIÓS, ENCARNA. 

Ya hacía unos meses que echaba de menos tu presencia en la esquina de la plaza.  No me atrevía a preguntar por ti. Hoy ya se que te has ido. Pero siempre estarás con nosotros.