miércoles, 9 de octubre de 2013

D. Domingo Sanchez-Mesa

El año que empecé mi estudios en la Facultad de Filosofía y  Letras no tuve la suerte de ir a clase al Palacio de las Columnas que me pillaba muy cerca de casa y que tenía un ambiente de lo más progre en su famosísima cafetería del sótano; alguien, en vista del elevado numero de estudiantes que había en el Primer Curso de Comunes, habia 10 grupos de 100 alumnos cada uno,  decidió llevarnos al Hospital Real. 
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Patio de la Capilla


 Ahora, que el Hospital Real es la sede del Rectorado, de la Secretaría General de la Universidad de Granada y de la Biblioteca Central 
Biblioteca


y, por tanto,  ya es un edificio restaurado, acondicionado y sobre todo, caliente, es difícil acordarse de cómo estaba aquel octubre de 1970 cuando nos enviaron alli y nos sentimos como si estuviéramos desterrados en Siberia.
Habían arreglado algunas dependencias de este impresionante edificio, pero en general estaba en muy mal estado. Nuestra aula era inmensa y el frío del invierno granadino se colaba por todas las ventanas y los rincones del crucero y los patios. En unas salas que se abrían a uno de ellos, el último a la derecha, aun se conservaban los restos médicos del Hospital que había sido hasta solo unos años antes: entre clase y clase paseábamos como espíritus entre las camillas, mesas, papeles, medicinas y polvo que llenaban aquellas habitaciones.
Y nuestra aula de arte, donde el profesor nos proyectaba las diapositivas, era la antigua capilla; de hecho el proyector estaba arriba, en el coro. Así que veíamos las esculturas egipcias, los templos griegos o las iglesias románicas donde antes había estado el retablo. Y delante de aquella enorme imagen estaba mi profesor de Historia del Arte, D. Domingo Sánchez-Mesa. Lo recuerdo bajito; claro que con aquellos altísimos techos, todos eramos bajitos. Pero él además acentuaba el tema porque usaba una enorme vara para señalar los aspectos que quería destacar de la imagen. Allí, de pie, con esa larguísima vara en su mano, parecía un pequeño quijote; no solo por su figura, sino por su esfuerzo diario en transmitirnos todo lo que él sentía cuando nos explicaba los temas de la asignatura. Aun lo veo delante del David de Donatello emocionarse con 'esa impresionante caída de brazo'.
A mi sí me conmovía. Yo adoraba la asignatura y estaba dispuesta a estudiar todo lo que me dijeran. Pero aquel curso duró poco. A finales del primer trimestre hicimos la primera huelga y apenas empezamos las clases en enero, e hicimos la siguiente huelga (esta vez eran los penenes o algo así) el rector cerró la Universidad. Volvimos para los exámenes de junio y yo me estudié la Historia del Arte y las demás asignaturas de 1º por mi cuenta. Creo que al perder sus clases,  perdí probablemente las mejores clases de mi época de Facultad; de las mejores, seguro.


Como no suelo hablar bien de mis profesores, creo que D. Domingo se merece mi recuerdo, por eso lo he traído aqui.

4 comentarios:

  1. Buenos días, me alegro verte por tu blog...con tus largos y bien escritos relatos. Solo recuerdo del Hospital lo frio y destartalado, pero nada sobre los restos de hospital.
    Feliz santo!

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  2. Yo recuerdo aquellas impresionantes asambleas en el crucero, llenas a rebosar, con los grises esperándonos en la puerta¡¡¡¡¡¡ Ya contamos batallitas y todo, has visto?

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  3. En la última conferencia suya a la que asistí hace poco más de un año, dije a la organizadora al entrar: ¿Que te apuestas que terminamos en la catedral? Y así fue, pues aunque el tema era más amplio y se suponía que cubría toda Granada, empezamos y terminamos en la catedral, es decir, no salimos de ella. Y es que Domingo tenía auténtica devoción por nuestra catedral, conocía al milímetro cada cuadro, cada relieve, cada talla, y no solo desde el punto de vista artístico, sino también religioso. Siempre recordaré que él me aclaró por qué no me gusta la iluminación de la fachada, por qué cuando la vi por primera vez me dije: aquí falta algo. Y no sabía que lo que faltaba era la profundidad de los arcos, que Cano diseñó sabiendo de donde llegaba la luz y la iluminación los había cambiado.

    Gracias por el recuerdo a un amigo, casi tan antiguo como mi vida.

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  4. Yo la verdad es que le perdí la pista, solo sabía de él por lo que aparecía en el periódico. Me alegro de haberte evocado este recuerdo.

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