miércoles, 26 de febrero de 2025

La hortensia de invierno

La bergenia de mi jardín 
 Mi vecina Paqui tenía un huerto de tomates y hortalizas y yo iba a su casa cuando llegaba el verano a comprarle kilos y kilos de sus riquísimas verduras de temporada y del terreno. Como fui tantas veces y nunca le regateé ni un céntimo ni un tomate, casi nos hicimos amigas bueno, en realidad, solo fuimos buenas vecinas que charlabamos sobre los nietos, los trabajos y los huertos. 

Su marido nos contó que él había trabajado en la construcción en la isla de Menorca, como muchos emigrantes que salieron de estos pueblos andaluces, y que volvió al pueblo cuando se jubiló. Compraron esa casa donde ahora viven, al final de mi calle, y él se dedica a trabajar en unas tierras que eran de su familia para entretenerse. 

Hojas enormes

Yo estaba feliz con esa afición de mi vecino porque cuando llegaba el verano, me abrían sus jardín y sobre la mesa del patio hacíamos negocios sabrosos.

Mientras ella me pesaba las bolsas de tomates, pepinos, pimientos y lo que hubiera recogido su marido ese día, yo admiraba su jardín y se lo celebraba. Tenía un níspero y un naranjo de comer, no de mermelada, además de plantas variadas en los arriates: cintas, hortensias, plantas aromáticas y una planta de enormes hojas  de color verde oscuro con estrías en un rincón a la sombra, que a mí me evocaba el jardín de mi abuela pero cuyo nombre ignoraba. 

Tomates del terreno

Paqui me dio unos esquejes de esta planta antigua, a la que ella llamaba violetas y yo la planté en mi jardín, junto a las matas de hierbabuena,  a la espera de que algún día yo viera las violetas florecer en mi pequeñísimo huerto.

Yo utilizo sus grandes hojas para mi cerámica

Pero no salieron violetas, aunque las flores que si salieron eran de un lejano color violeta, más rosa que morado. 

No eran hortensias, aunque se le parecían. Estas flores añejas, esta planta que cada día se ha hecho más grande y que amenaza con devorar a todo lo que hay a sus alrededor, es en realidad una BERGENIA, y también se la conoce como hortensia de invierno, porque nos alegra el jardín desde enero a marzo, cuando pocas cosas florecen. 

A veces me salen bien

En realidad su nombre científico es Bergenia crassifolia. Y si quereís saber más detalles interesantes sobre esta planta un poco 'anticuada', pero realmente bonita y decorativa para cualquier jardín, leed este artículo publicado en EL PAIS el domingo pasado.   "Cuidado y disfrute de la bergenia, la hortensia de invierno"




Animaos con esta planta. Ya veréis como pronto tendréis preciosas hortensias de invierno en vuestro jardín o en simplemente en un balcón, y si os da por la cerámica, como ami, podréis usar sus hojas para hacer precioso platos para la ensalada. 

Mi bergenia, rodada de ortigas - ¡para la sopa!!


lunes, 3 de febrero de 2025

El erizo

Golgados

 Mi colección de collares aumenta cada verano aunque siempre prometo que no me compraré ni uno más. Pero son mi debilidad, que heredé de mi madre, ya que utilizo muy pocas joyas -apenas unos pequeños pendientes- y  no puedo evitar traerme uno de recuerdo de cualquier sitio que visito

Se salían del tarro de cristal

Así que he tenido que buscar una manera de guardarlos o ponerlos en exposición para que no almacenarlos todos en un bote o caja porque así se enredan tanto que no hay manera de sacar uno en el último momento. 

Podría hacer una cortina con mis collares
Durante unos años los colgué de la pared en una percha bonita, pero no había sitio para tantos, más tarde los metí en un gran bote de cristal de boca muy ancha que compré en IKEA. Quedaban preciosos para decorar, pero el sistema seguía siendo muy poco práctico. 

Hierros en el barro

Hace dos años, cuando la pandemia y cuando empecé con la cerámica, se me ocurrió clavar unos alambres rígidos que forré con washi tape de colores brillantes, en una bola de arcilla que luego metí en un macetero alto con piedras para que se sujetara bien. No quedó mal. Aquella araña de la que colgué mis collares decoró el descansillo de la escalera durante un tiempo, hasta que el verano pasado, alguien tropezó con el tiesto y todo se vino abajo. 

Alambres forrados

Así que ahora, con más conocimiento de cerámica  y más tranquilidad, estoy fabricando otro sistema para colocar collares: he hecho un cacharro de barro muy macizo y le he puesto agujeros. Ahí clavaré unos alambres, que tengo que buscar en alguna ferretería o tienda de bricolaje o simplemente en los chinos, y veré que tal queda mi erizo. Porque de momento eso es lo que parece: un erizo, sin pies ni cabeza. y cuando los colares cuelguen de esos alambres pondré el artefacto en alto en algún rincón que no esté al paso para que nadie le de, sin querer, con el codo y volvamos al principio

Ya os contaré.

Parece un gorrito de bebé

Con agujeros y alambres ahora es un erizo